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Desde la Asociación para la Mediación, el Encuentro y la Escucha (AMEE) venimos publicando, de forma periódica, nuestra experiencia y reflexiones en torno a la Justicia Restaurativa. Concepto éste, el de Justicia Restaurativa, ya ampliamente desarrollado desde estas páginas, en el que aparecen con claridad tres actores principales, acompañados de un elenco de actores secundarios: la persona que ha sido víctima de un delito, la persona que ha cometido dicho delito y la sociedad, como marco en el que tienen lugar tanto los hechos delictivos, como sus consecuencias, además de esas circunstancias previas que devinieron en delito.

Los procesos restaurativos impactan en todos estos actores principales, así como en esos actores secundarios que mencionábamos, y que están constituidos por familiares y personas del círculo de influencia, tanto de víctimas como de autores, junto a mediadores, personal de las instituciones en las que se impulsan los procesos restaurativos, profesionales del ámbito judicial y tantos otros que quizás no lleguemos a identificar de forma precisa, a los que, sin embargo, llega también el efecto beneficioso de estos procesos.

Recientemente culminaban varios meses de trabajo con sendos encuentros restaurativos entre la persona que había sido víctima del delito y una persona autora del mismo tipo delictivo. Como viene siendo habitual en ocasiones anteriores, en ésta el encuentro tenía lugar entre víctima no vinculada y autor no vinculado. Y, sin embargo, este hecho no ha supuesto una merma al impacto que el encuentro ha tenido sobre ambas personas.

I. El proceso restaurativo en las víctimas

Hoy queremos centrar nuestra mirada en las personas que han sido víctimas. ¿Cómo es para ellas el proceso restaurativo? ¿Cómo viven el encuentro con la persona que ha sido autora? ¿Qué impacto tiene dicho encuentro a posteriori en su vida, en sus relaciones?

La idea de un proceso restaurativo no suele surgir en el contexto del procedimiento judicial ordinario. En nuestro caso, nos acercamos a personas que creemos que pueden estar interesadas en completar el procedimiento ya vivido, con una elaboración complementaria que ayude a abordar cuestiones que todavía están pendientes. Cuando hablamos de cuestiones pendientes para la persona que ha sido víctima de un delito estamos pensando, entre otras, en la necesidad de poder expresar todo el dolor y sufrimiento derivado del delito vivido, consecuencias, a veces intangibles, pero no por ello menos dolorosas, como puede ser la pérdida de confianza, la permanencia de una sensación de vulnerabilidad. También pensamos en aquellas preguntas que quedaron sin contestar, porque no son del ámbito del proceso penal, pero sí son relevantes para la persona

En el caso de los dos procesos restaurativos que hoy queremos compartir nos acercamos a ambas personas, cada una de ellas víctimas de acciones diferentes, con una antigüedad de los hechos que nos hacían pensar que ya había una elaboración en relación con los mismos, pero cuyas consecuencias seguían muy vivas a día de hoy. Consecuencias que son siempre de índole psicológica y emocional, lo que se traduce en un impacto más o menos evidente en sus relaciones personales y, a veces, profesionales, así como en su relación íntima consigo mismos.

II. Asombro y agradecimiento

Nuestro ofrecimiento de elaborar de forma acompañada por un mediador experto en procesos restaurativos, suele acogerse con asombro y agradecimiento por parte de quien ha sido víctima de un delito. Asombro, porque no es un ofrecimiento esperado, por cuanto que las personas que han sido víctimas no suelen tener noticia de la existencia de procesos restaurativos. Y cuando descubren la posibilidad de elaborar el sufrimiento derivado del delito, el espacio que se les ofrece en el que pueden expresar todo el dolor, todo el sufrimiento vivido, todas las palabras que quedaron pendientes de ser expresadas, para ser escuchadas, comprendidas y acogidas con intención de restaurar en lo posible lo que quedó quebrado y desatendido, sienten un gran agradecimiento.

El trabajo de elaboración previo al encuentro restaurativo con la persona que ha sido víctima tiene una duración flexible, en función de las necesidades de la propia persona. Independientemente de la duración, el objetivo es claro: ofrecer ese espacio de escucha plena en el que la persona puede compartir todo aquello que vivió en el momento de sufrir el delito, las consecuencias que el mismo ha traído en su vida y cómo está a día de hoy con dichos hechos y consecuencias. La escucha que le prodiga el facilitador del proceso ofrece varios beneficios: la calma del desahogo, el bálsamo de la empatía, la claridad de posibles nuevos enfoques. Y como colofón a ese proceso de transformación del dolor y sufrimiento, se plantea la opción de encontrarse con la persona autora del mismo delito, autora vinculada o no vinculada.

Con dicha persona autora se desarrolla un trabajo paralelo, de elaboración de la responsabilidad en relación con el delito. Se trata de un trabajo amplio y profundo, siempre voluntario, que ya hemos descrito pormenorizadamente en otros artículos anteriores. El proceso con la persona autora le propone una profundización en su responsabilidad en relación con el delito, a través de un trabajo que incluye elaborar su propia biografía, con una clara intención de desarticular patrones de comportamiento existentes, sostenidos por estructura familiares, experiencias pasadas, así como por su condición económica, social y cultural. La persona elabora el delito y su impacto en la víctima, en un ejercicio de empatía que ya le va preparando para el posible encuentro con la misma. Es un proceso transformador, por cuanto que la persona se pregunta de forma clara y concreta de qué manera quiere contribuir a la sociedad en el presente y en el futuro, elaborando respuestas nuevas y vivificantes.

III. El momento del encuentro

En el momento en que ambas personas están preparadas para el encuentro personal, éste tiene lugar.

Queremos compartir en estas líneas la experiencia de dos de los últimos encuentros que hemos facilitado. Para ello, debemos retrotraernos al pasado diciembre de 2020. En la antesala de las Navidades facilitamos dos encuentros restaurativos, que fueron un poco más especiales, ya que tuvieron lugar en la sede del propio centro penitenciario. Gracias al impulso del personal directivo del Centro Penitenciario Madrid 1, en concreto a su Director Jesús Moreno y al Subdirector de Tratamiento, Ángel Sánchez Plaza, a los que siempre estaremos agradecidos por la apuesta sincera y valiente que desde el primer momento hicieron para apoyar nuestro proyecto restaurativo, fue posible arbitrar ambos encuentros en el mismo centro en el que están cumpliendo condena las dos personas que han sido autoras.

Ambos encuentros fueron tan intensos y asombrosos como lo son todos ellos: dos personas, vinculadas por unos hechos aciagos, se sientan frente a frente, nerviosas, con dudas sobre cómo va a ser el encuentro que tienen por delante, y dialogan con honestidad sobre unos hechos de absoluta vulnerabilidad. Vulnerabilidad que nos conecta con el dolor y sufrimiento de la persona que ha sido víctima, y con la vergüenza y culpa de quien ha sido autora del delito.

IV. «El encuentro me ha aportado serenidad, alegría, tranquilidad y esperanza»

Creemos que las propias palabras de las personas víctimas que han sido protagonistas de dichos encuentros van a ser mucho más iluminadoras que cuanto pudiéramos decir nosotros, que fuimos testigos silenciosos de los mismos.

Comenzamos por el testimonio de I.A., víctima no vinculada, que participó en un encuentro restaurativo que se desarrolló en el Centro Penitenciario de Mujeres Madrid 1, en diciembre de 2020.

«Quiero agradeceros la oportunidad que me habéis brindado en el proyecto de justicia restaurativa que estáis llevando adelante.

El encuentro en el que tuve la ocasión de participar ha sido muy rico a nivel personal habiéndome aportado serenidad, alegría, tranquilidad y esperanza.

Encontrarme en mi camino con quien verbalice y sienta la necesidad de pedir perdón y que me haya posibilitado su aceptación es un gesto de humanidad que dignifica a quién lo da y a quién lo recibe.

La valentía de quién solicitó su perdón me hizo sentirme pequeña, éste no es un gesto fácil en el día a día así que sólo puedo darle las gracias. Esto me ha llevado a aprender a pedir perdón a todas aquellas personas que han compartido mi camino hasta el día de hoy.

Mi actitud abierta al ser humano viene de lejos y ahora de manera natural se ha afirmado y espero seguir aportando esperanza día a día en mi aportación a la sociedad a la que pertenezco.

Siento la necesidad de dar calidad humana en las relaciones interpersonales que tengo con todas aquellas personas con las que me relaciono, intentando humanizar cada acción diaria que realizo, deseo que esto también haya ocurrido en el encuentro que realicé.

Un enorme y cálido abrazo».

Continuamos con un segundo testimonio, también de una víctima no vinculada, en este caso A.V., que participó en un Encuentro Restaurativo en el mismo Centro Penitenciario de Mujeres, Madrid 1. El encuentro tuvo lugar en diciembre de 2020.

«Resignación, asunción del dolor. Vivir con algo injusto, antinatural, e ir integrándolo en tu ser hasta que parece parte de ti. No esperaba que hubiera otra opción, y por eso, cuando me ofrecisteis una alternativa, pese a que fue como una grieta de luz abriéndose paso en un terreno desértico, me sonaba algo utópico.

Sin embargo, la esperanza siempre es más fuerte que todas las dudas. Por primera vez, alguien tenía una alternativa a tapar, a superar, a asumir que alguien te había hecho daño y tú sencillamente tenías que vivir con ello. La alternativa era mirar cara a cara ese dolor, y… ¿sanarlo?

Cuando se lo contaba a mis cercanos, apenas me atrevía a pensar que existiera la posibilidad de sufrirlo menos, porque también había asumido que esa posibilidad tampoco era para mí. Igual que también había asumido que quererme a mí era más difícil que querer a otras personas, y que tenía que vivir con ello.

Esta experiencia no es únicamente el encuentro en sí, sino las sesiones preparatorias, el abrazo en estas sesiones, la preocupación constante sobre tu bienestar, la libertad absoluta en todo momento, la mirada buena sobre ti.

Estas sesiones hacían que me preguntase también sobre la otra parte; ¿tendría ella, como agresor/a, la mirada buena?

Cuando te tuve delante, supe que sí, que habías vivido también un abrazo que no esperabas, y que por eso estabas aquí.

Éramos dos personas con un dolor similar, y en aquel momento, más allá de nuestros actos y nuestro dolor, éramos dos personas con una necesidad imperiosa de entender a la otra parte, porque sólo comprendiendo a la otra parte podríamos encontrar sentido a ese encuentro. Necesitaba comprenderte, preguntarte por qué hiciste lo que hiciste, para comprender mi propia historia, y a mi propio agresor/a. Necesitaba ver tu dolor por ello, y vaya si lo vi. Ni siquiera recuerdo tu aspecto físico con nitidez, y no tuve noción del tiempo. Sólo te escuchaba, con todo lo que era, corazón, mente, alma, con la sensación de que todo mi ser se jugaba en ese instante.

La intensidad con la que sucedió ese encuentro me obligó a guardar reposo y silencio durante los días posteriores, para poder escucharme, pero poco a poco iba creciendo en mí una alegría que se instauró desde el mismo momento en el que me despedí de vosotros, y que, contra todo pronóstico, se mantiene. Siento que comprendo. Siento que ha remitido tanto la rabia, y que tengo de nuevo el deseo de sanar de verdad, de no resignarme, y que este ha sido El paso para ello.

Uno de los testimonios declara: "Me siento infinitamente agradecida por haber tenido esta diferente opción que destruye barreras"

Me siento infinitamente agradecida y preferida por haber tenido una opción. Una opción nueva, distinta, que destruye barreras. Me siento infinitamente afortunada de saber que hay personas que no se rinden, que siguen teniendo fe en las personas por encima de sus actos, y siguen creyendo en la transformación, en el cambio, en la renovación, en el bien. Pienso que sois esperanza para el mundo. Solo puedo decir que, aunque a veces pensemos que algo así es imposible, probemos, tengamos fe. Y que yo puedo testimoniar que, en ocasiones, lo imposible se hace posible».

A la luz de estos testimonios sólo nos resta poner en valor el poder que dichos encuentros tiene para las personas que han sido víctimas de un delito: supone una experiencia que les permite cerrar, por fin, una vivencia que había quedado incompleta. La vivencia se completa al poder expresar al autor del delito todo aquello que necesita ser expresado para que éste pueda ver, no ya a una etiqueta, «víctima», sino a la persona, al ser que ha sufrido y sigue sufriendo a consecuencia de dichos hechos. Descubrir a la persona acerca, nos vincula irremediablemente a su dolor y concreta la necesidad de aceptar la plena responsabilidad por los hechos cometidos, no ya de una manera conceptual, sino de una manera real y tangible.

Poder expresar el dolor a quien lo propició, poder recibir la escucha de esa misma persona, quien acoge dicho dolor y sufrimiento, se hace responsable de él y se ofrece para restaurarlo, tiene un poder liberador.

Las personas que entraron al encuentro, salen renovadas por el proceso con el otro, algo se transforma con el acto de compartir y se libera para ambos.

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