Cómo pasa el tiempo, me parece que hace tan solo unos meses pude comunicarme contigo con mi último artículo »Son cosas de la edad» y aquí me tienes de nuevo.
Este fin de semana, he visto la película MAIXABEL ambientada en el «conflicto vasco», eufemísticamente hablando, por la que BLANCA PORTILLO ha recibido el Goya a la mejor actriz por su actuación como MAITXABEL LASA, la mujer del asesinado por la banda terrorista ETA. JUAN MARIA JAUREGUI, gobernador civil de Guipúzcoa en Tolosa el 29 de julio de 2000 y la que fuera Directora de la Oficina de Atención a la Victimas del Terrorismo del Gobierno Vasco entre los años 2001 y 2012.
Tengo que de decirte que, tras ver la película, algo me ha removido por dentro y me ha recordado mi estancia, como primer destino de magistrado, en la ciudad de San Sebastián, allá por el mes de junio del año 2005 cuando todavía estaba activa la Banda Terrorista ETA.
Recuerdo que estaba casi recién llegado al Juzgado de Medina de Campo, tras haber estado tres años en Medina de Rioseco (Valladolid), cuando recibí el «telegrama del ascenso». La Fortuna se había burlado de mí (como la canción de la Unión «Lobo en Paris» y, tras haberme quedado el primero del «siguiente corte» del ascenso, en el último momento, un compañero había renunciado y, en 24 horas tenía que mandar mis preferencias por fax al Consejo a sabiendas de que se me adjudicaría el destino que quedara libre. Siendo uno de los destinos posibles los Juzgados de Melilla y dándose la circunstancia de que en el anterior ascenso al «último de la fila» pese a que no se llamara Manolo, ni se apellidaba García, le había tocado Ceuta, estaba próximo a perder la peninsularidad (perdón, porque no sé si existe esta palabra). Cosas del destino, un andaluz consideró más oportuno «bajarse» a Melilla que «subir» a San Sebastián, y para allí que me fui.
Recuerdo que en la toma de posesión, junto el resto de compañeros destinado al País Vasco, en la sede del TSJ. en Bilbao, tras el juramento y promesa, en la «arenga» posterior de quien presidía el Acto, exhortándonos a cumplir con nuestros deberes como integrantes del Poder Judicial y la enorme responsabilidad de nuestro cargo, se nos informó de la necesidad/conveniencia de solicitar escolta por nuestra seguridad y, tras la conclusión del acto se nos facilitaron los impresos para rellenar dicha solicitud. En la comida familiar posterior de celebración, por supuesto, nada se dijo de si solicitaría o no escolta, me imagino que para no aguar la fiesta.
Recuerdo que, para buscar piso, se nos recomendada no decir que éramos Jueces o Magistrados y ante la necesidad de aportar una nómina para que me alquilaran un estudio, tuve que fotocopiar una nómina poniendo un papelito blanco para que no se viera que era Magistrado y me hice pasar por un traductor adscrito a los Juzgados. Nunca se sabe, nos decían, de qué palo va quien te va a alquilar la vivienda. Resultó que un día el casero me pidió ayuda para una traducción de un texto de inglés…y le tuve que decir que no podía ayudarle porque …. yo era de francés… y afortunadamente, coló.
Recuerdo que, todos los días, al coger el coche del garaje para ir a trabajar, hincaba la rodilla en tierra y miraba los bajos de mi Renault Laguna sin saber muy bien que es lo que tenía que mirar y, al llegar al Juzgado, de manera meticulosa, los vigilantes, con un espejo con asa, miraban y examinaban el vehículo antes de poder entrar al garaje. Eran unos silencios incómodos y unos minutos que se hacían eternos.
Recuerdo el jaleo que se montó en mi despacho un día en el que me dejaron un paquete en el que no estaba el sello de haber pasado los controles «pertinentes» por si pudiera ser un explosivo o carta bomba, y resultaron ser unos libros que mandaba el Consejo y los vigilantes se habían olvidado de poner el sello de «inspeccionado».
Recuerdo que te aconsejaban no ir siempre a trabajar llevando la misma ruta, sino ir cambiando, un día en coche, otro andando, aunque te tocara dar rodeos e intentar no siempre salir de casa y del juzgado a la misma hora. Tampoco era recomendable dar datos personales al personal del juzgado.
Recuerdo la mirada de desconfianza de mi mujer Yolanda cuando, algunos fines de semana que se venía a estar conmigo en San Sebastián, se percataba de que, en ocasiones, una furgoneta roja algo destartalada y con los cristales tintados oscuros aparcaba unas horas delante de nuestro portal. Afortunadamente, yo siempre he sido muy despistado.
Recuerdo la primera vez que vivieron unos amigos a pasar un fin de semana a San Sebastián y, al llevarles por el Boulevard a la entrada al casco viejo, se quedaron sorprendidos por el enorme despliegue de la Ertzaintza, seis o siete coches y furgonetas policiales y muchos agentes armados, y yo decirles, bueno, es que aquí …esto es normal… y mirarme con cara estupefacta.
Recuerdo que los fines de semana que pasaba en Valladolid, aguantaba hasta el lunes y salía para San Sebastián a las 6.00 de la mañana y, llegando a Burgos al coger la autopista para Vitoria, muchas veces de noche y con niebla cuando te detenías a coger el tique, había un control policial, con agentes con metralleta en mano y esos pinchos que cierran el carril y pasabas despacito confiando en que te dejaran seguir camino y no te confundieran con algún buscado. No era infrecuente que, en algún tramo de ese viaje, apareciera algún coche de policía y «te acompañara» un trecho, ya que tenían registrada las matrículas de los vehículos que utilizábamos para desplazarnos.
Recuerdo que una de las primeras veces que salí a tomar algo con los compañeros del Juzgado al caer la tarde, me presentaron a otros dos compañeros jueces, jovencísimos, no llegaban a los 30 años, creo que uno era de Guernica y otro de las cercanías, que tenían que desplazarse en coche oficial y llevaban dos escoltas cada uno porque eran Presidentes de Junta Electoral de Zona y era «lo que tocaba».
Recuerdo como todos los compañeros de los Juzgados recibimos con optimismo el anuncio en marzo de 2006 el «alto el fuego permanente» de ETA y que en el mes de julio, Arnaldo Otegui, se reunió con el secretario general del partido Socialista de Euskadi en el Hotel Amara de San Sebastián, por el que pasaba yo diariamente para ir a trabajar, para tratar de abrir «un diálogo» y que la banda ETA rompió la tregua el 20 de diciembre de ese año con el atentado en la Terminal 4 del Aeropuerto anteriormente denominado «de Barajas» y hoy Aeropuerto Adolfo Suarez con un coche bomba cargado con más de 200 kilos de explosivos y siguió cometiendo atentados hasta el anunció del cese definitivo de su actividad terrorista en octubre de 2011.
En el año 2007, en el mes de mayo, abandoné mi destino en San Sebastián para marcharme a un Juzgado en León, para acércame a mi «centro base» —Valladolid— y estar más cerca de mi familia, a la que había llegado un nuevo miembro o miembra, como hubiera dicho la misma Bibiana Aido, y mentiría si no te diría que el cambio de destino me alivió una carga de la que ya no era consciente y me fui dando cuenta poco a poco que, en el nuevo destino, estaba recuperando espacios de libertad antes perdidos.
Mi historia, con final feliz, es la de muchos compañeros que, por motivos laborales tuvieron que vivir y convivir con el temor y regresaron después para continuar su vida junto a los suyos. Mis hijos son todavía pequeños y no saben nada de ETA, pero cuando se hagan algo más mayores, quiero volver a ver esa película con ellos y que sepan y conozcan el sufrimiento que ha causado la banda terrorista a tantas y tantas personas y la bondad y «alturas de miras» de las víctimas como Maixabel. Yo me resisto a hacer como si no hubieran existido. El pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla.