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I. Introducción

Partiendo del axioma de que en realidad no somos libres ni en lo moral ni en lo intelectual ni en lo físico, llegamos de manera inexorable a la conclusión de que internet y la tecnología son unas grandes (sino las más poderosas) herramientas de control de los individuos, empresas y sociedades, y que con ellas vivimos en unos nuevos y sobrevenidos estados policiales que todo lo saben, todo lo pueden y todo lo controlan.

En el inicio de internet allá por el año 1983 (1) , se pensaba en un ciberespacio mundial al alcance de todos, a modo de red de redes, sin fronteras ni filtros; si bien con el paso del tiempo algunos gobiernos como el chino, el ruso o el indio, han limitado y censurado la red cuando les interesa de formas tan poco sutiles como cortar el acceso en una parte del territorio. Lo hacen defendiendo un modelo de soberanía nacional sobre Internet, que ampara sus restricciones, como deja de manera clara Xi Jinping al aseverar con toda la claridad que «dentro del territorio chino, Internet está bajo la jurisdicción de la soberanía china» y que «Hay que respetar el derecho de cada país a escoger su propio modelo de cibergobernanza (2) ». Es decir, soberanía nacional sobre lo que fue concebido como una red mundial y no gubernamental.

Según la organización Access Now, que lucha por la protección de la libertad de información y por el derecho de los ciudadanos a acceder a Internet, en 2020 se produjeron 155 cortes en 29 países (3) .

El primer puesto en el ranking de este tipo de censura lo ocupa la India, con 109 episodios de cortes de Internet en zonas de su territorio en 2020. El gobierno del nacionalista hindú Narendra Modi y de algunos otros Estados de la India no tienen inconveniente en cortar a sus ciudadanos el acceso a internet por lo que ellos llaman razones de seguridad. Nosotros, en este artículo científico, lo llamamos control del pueblo. Un ejemplo claro es cuando en 2019 el Gobierno central decidió acabar con la autonomía del Estado de Cachemira, bloqueó Internet durante 213 días.

Otra manera de controlar a la población y evitar que la masa se subleve es evitar que la gente comparta información o que convoque manifestaciones. ¿Cómo? Bloqueando el acceso a redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram, WhatsApp o Telegram. Por ejemplo, en China nadie puede usar Whatsapp. Ellos usan WeChat, una aplicación con la que pueden hacer casi todo, y todo controlado (4) .

Otra opción elegida por otros gobiernos es, en lugar de bloquear por completo, ralentizar el funcionamiento de estas redes (5) , de manera que es casi imposible compartir imágenes o videos o comunicarse con agilidad y los usuarios desisten. La ralentización también puede ser un castigo a la red social por no acatar sus criterios, como el que aplicó Rusia a Twitter el pasado marzo, por no eliminar contenidos que el regulador ruso consideró «ilegales» (6) . También en la India el Gobierno está atento a lo que se publica en las redes sociales y, cuando no le gusta, reacciona.

Según Twitter (la red social donde la información política tiene mayor relevancia), durante la primera mitad de 2020, hubo más de 2.700 peticiones oficiales para retirar contenidos, y el pasado febrero, durante las protestas de campesinos, el gobierno indio exigió bloquear 250 cuentas, incluidas las de influyentes periodistas críticos del gobierno (7) .

Twitter está también totalmente bloqueada para los ciudadanos de China, Corea del Norte, Rusia, Pakistán, la India, Egipto, Venezuela e Irán. Otros gobiernos como los de Turquía o Cuba, han suspendido o ralentizado el servicio en momentos de protestas o de agitación social, de manera que la red se hace inutilizable (8) .

Dicho esto, queda claro que internet no es tan libre ni universal como se concibió.

Respecto al avance de la tecnología, no necesitamos fantasear con mundos distópicos como el de la serie británica de ciencia ficción, Black Mirror, en cuya primera temporada, grabada en 2011, ya planteaban una sociedad en la que los individuos viviesen vigilados de manera permanente a través de la tecnología y sometidos a un sistema de puntuación digital que les permitiese o impidiese gozar de popularidad, acceder a eventos, medios de transporte e incluso ser proscritos. Esa ficción ya es realidad. ¿El lugar? Cualquier parte y, en especial, China donde sus ciudadanos viven bajo una censura que veta su uso de internet y en la que las autoridades pueden intervenir líneas telefónicas, monitorear su actividad online y señalar, castigar o premiar a los individuos, según su comportamiento, tanto en el mundo físico como en el digital. Es el resultado de un sistema con reconocimiento facial, geolocalización e inteligencia artificial, que está liquidando el derecho a la intimidad y la libertad, amén de otros derechos (9) .

II. Estado policial

La terminología de estado policial surge como una consecuencia del uso constante y reiterado del poder y de la fuerza por parte del Estado para mantener el orden en las sociedades, pudiendo ser definido como aquellos mecanismos de control a través de los cuales se procura el orden y el bien social en detrimento de los derechos y libertades individuales, tal como dispone GABRIEL IGNACIO «Policía y estado de derecho» 2017(Universidad de Barcelona).

A pesar de que España se constituye en su artículo primero como un «Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político», las excepciones o grietas a este Estado vienen recogidas en la propia Carta Magna.

El artículo 104 CE (LA LEY 2500/1978) establece que «Las Fuerzas y Cuerpos de seguridad, bajo la dependencia del Gobierno, tendrán como misión proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana». De ello se deduce que la policía y demás cuerpos y fuerzas de seguridad, están bajo las órdenes del Gobierno.

Pasar de un estado social y democrático de derecho a un estado policial, no resulta una tarea demasiado complicada

Con tales preceptos, pasar de un estado social y democrático de derecho a un estado policial, no resulta una tarea demasiado complicada. Es necesario hacer hincapié en este punto de la importancia que tiene entre ambos estados las palabras «seguridad» y «control».

Cuando la soberanía del pueblo residía en la monarquía, la seguridad era entendida como la corrección de cualquier discrepancia social o política.

Más tarde, con la burguesía liberal, la libertad, la seguridad y la igualdad, surgen para poner límites al poder absoluto del monarca, siendo el espíritu de todas las constituciones liberales, y qué decir tiene, de toda la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y en especial del artículo 2, que señala que «la finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión».

Con dicha declaración, el individuo, que siempre había sido víctima del sistema, ya por haberse visto sometido al poder del estado, ya por el desconocimiento de sus derechos, comienza a encontrarse satisfecho y seguro frente a la violencia, lo cual le otorga legitimidad al orden. No obstante, los conflictos entre ricos y pobres y entre personas en general, acabaron dando lugar a una nueva restricción de las libertades individuales en pos de lograr una cierta estabilidad social. Esa estabilidad social tiene como premisa el hecho de que la sociedad ha de ser controlada, desconfiando del individuo como integrante de un colectivo de personas. Con ello, la seguridad se está ligando al poder del Estado, y no a la defensa de los derechos y garantías de los ciudadanos. Aunque a priori pueda parecer que sí que lo hacen, lo cierto es que no somos capaces de medir el altísimo precio que estamos pagando por ello.

Así, lo proclamado en los artículos 1 (LA LEY 2500/1978) y 104 CE (LA LEY 2500/1978) ya no se corresponde con la interpretación literal de sus palabras, sino que la seguridad ha sido invertida por una peligrosidad invisible de la que hemos de ser protegidos; y el libre ejercicio de los derechos y libertades fundamentales, por el control de los mismos para apaciguar disidencias y comportamientos que puedan ser considerados no cívicos o «peligrosos», al ser «contrarios» al pensamiento oficial.

Como una de las primeras y sigilosas injerencias del estado policial en nuestro país, nos encontramos con la videovigilancia, ya cual posee unos orígenes mucho más antiguos de lo que podamos llegar a imaginar.

En concreto, me refiero a Jeremy Bentham, filósofo, jurista, economista y reformador social inglés considerado como el padre del utilitarismo moderno, y a mi entender, padre de la vigilancia social moderna.

Bentham fue el creador del Panóptico, un modelo de cárcel a través del cual todo se puede vigilar desde un único punto, y con la ventaja añadida de que puede hacerse sin ser visto. Sistema que en la actualidad, encaja a la perfección con la videovigilancia, la cual lleva ya décadas actuando en las cárceles, y tan solo unos cuantos años en nuestras calles. Y es que, en este «panóptico» ni siquiera hace falta que el vigilante vigile, bastaría con que los vigilados sientan que podrían ser vistos haciendo algo que no deben, bastaría la idea de mirada, aunque ésta no exista todo el tiempo, sintiéndola pesar sobre sí, para que el individuo termine por interiorizarla hasta el punto de vigilarse a sí mismo y actuar en consecuencia (10) .

La seguridad controlada es, desde hace tiempo, una realidad, que nos despoja de poco en poco de nuestras libertades individuales.

Otro ejemplo de estado policial no muy lejano, lo constituye la «Ley Mordaza» o Ley de Seguridad ciudadana (11) , aprobada en el año 2015, a través de la cual los derechos y libertades fundamentales se vieron duramente reprimidos, a la par que aumentaron las funciones y competencias de la policía para poder castigar las nuevas infracciones, encontrándose el ciudadano con mayores dificultades a la hora de ejercer sus derechos tanto en la vía administrativa como en al contencioso administrativa. Sin perjuicio de que estos actos administrativos puedan ser controlados por los jueces y tribunales, lo que se consigue es un mayor control por parte del poder ejecutivo, que no olvidemos que dirige a la policía, y a su vez se disminuyen las funciones del poder judicial, siendo este arrebatado-usurpado de las funciones que le son inherentes per se.

Más actual es todo lo concerniente a la COVID-19, donde hemos podido experimentar en primera persona como nuestros derechos han sido gravemente limitados con el estado de alarma, que a más a más ha resultado ser inconstitucional (12) . Más allá de aquellas limitaciones puntuales, no han sido pocos los medios a través de los cuales se han denunciado las arbitrariedades policiales sufridas por los ciudadanos durante aquel período de tiempo, poniéndose de manifiesto la necesidad de reformar urgentemente la LOPSC (LA LEY 4997/2015) (13) . Sin ir más lejos, el artículo 37.4 LOPCS fue reiteradamente utilizado, el cual refleja sanciones por faltas de respeto a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, otorgándose una gran discrecionalidad a los agentes del orden, ya que la interpretación queda bajo su consideración, adaptándose a una circunstancias excepcionalísimas —el estado de alarma— que no eran objeto de regulación en aquel momento. Como dato, podemos señalar que Interior impuso en los primeros 75 días del estado de alarma un 42% más de multas que en los primeros tres años y medio de aplicación de la Ley Mordaza (14) .

Las situaciones relatadas, como podemos ver, son más propias de un estado policial, en el que la policía es correctora y sancionadora de los ciudadanos ante el libre ejercicio de sus derechos fundamentales, que un Estado social, democrático y de derecho. Todo ello queda sustentado bajo la premisa del bien común, bien que nos constriñe y encarece a cada uno de nosotros como individuos particulares, en pos de la estabilidad de la colectividad.

La pandemia mundial por la COVID-19 ha acrecentado exponencialmente esta situación, en la que surge, a nuestro juicio, otra cuestión interesante: Cuando se decretó el primer estado de alarma, muchos ciudadanos no doctos e incluso no legos en derecho lo sabían. Cabe preguntarse, ¿Por qué no dijeron nada los colegios de Abogados cuando ellos sabían de su ilegalidad? ¿Y los Colegios de Procuradores? ¿Y las Asociaciones de Jueces? ¿Y las Universidades? ¿Y los jefes de los Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado? Sin la colaboración del pueblo, el estado policial no sería posible.

Otro ejemplo actual y sonado del estado policial, además del expuesto con la ley mordaza, son las vulneraciones de derecho fundamentales llevadas a cabo por la policía durante el estado de alarma con la coartada del COVID, allanando moradas con el método del arriete en domicilios en los que se encontraban un número superior de personas al permitido por las restricciones y negándosele la entrada a los agentes, tomándose estos la justicia por su propia mano, ya que accedieron a estos espacios privados sin orden judicial que así lo permitiese, en más de una y de dos ocasiones (15) .

III. La ingeniería lingüística como base del Estado Policial Digital

El acelerado avance de las tecnologías y del Estado Policial Digital, necesita para su expansión de todo un entramado psicológico, gramatical y tecnológico que le permita seguir creciendo a la velocidad que lo continúa haciendo, para ello entra en juego la ingeniería lingüística, que puede ser definida como aquel conjunto de conocimientos multidisciplinares que engloban a la tecnología, la informática y el procesamiento del lenguaje natural que tiene como objetivo final la inteligencia artificial.

Actualmente, es por todos conocido que para poder programar, se hace necesario tener conocimientos de programación, ya que con ello, se conforman, por ejemplo, los correctores de texto, que supervisan in situ nuestros errores gramaticales ofreciéndonos varias alternativas de cambio, incluso, ya se atreven a sugerirnos la palabra que prosigue a lo que estamos redactando. Todo ello funciona a través de algoritmos a los cuales se les programan las bases de datos necesarias para cumplir perfectamente con su función. No obstante, ello no sería posible si ese mismo programador, no tiene unos avanzados conocimientos de lenguaje y gramática (16) .

Así pues, podemos sostener que la inteligencia artificial pretende acercarse al lenguaje natural a través del conocimiento y profundización de la importancia del propio lenguaje. A todo ello puedo añadir, que resulta asombroso, por no decir pasmoso, las similitudes que existen entre el lenguaje humano y el lenguaje de computación.

De este modo, resulta en mi opinión, un arma de doble filo que el lenguaje humano y el lenguaje de programación sean tan similares, ya que el instante en el que este último controlará al humano no es algo lejano, y sus contras no están siendo tenidos en cuenta. Somos usufructuarios de un cerebro que desconocemos cómo funciona, lo cual facilita enormemente que podamos convertirnos en víctimas de los programadores a través de la ya conocida como «lingüística computacional (17) ». Así lo definía Carmen Torrijos, integrante del grupo de investigación del Instituto de la Inteligencia del conocimiento, al afirmar el reto que supone transformar el lenguaje natural en lenguaje formal, es decir, en matemáticas, lógica o programación, para que las máquinas puedan entendernos. Por tal motivo, y para entender el entramado que estamos tratando de desarrollar, explicaré brevemente cómo funciona nuestro cerebro y sus diferentes niveles, ya que es a nivel mental que los seres humanos procesamos el lenguaje.

Nuestro cerebro se divide en reptiliano, límbico, y el neocórtex, siendo únicamente consciente este último. Por tanto, la mente inconsciente, un 80% de nuestro cerebro, nos gobierna con sutileza y facilidad. Cada uno de estos cerebros funciona con un lenguaje distinto y obedece a códigos diferentes. Lo sorprendente y mágico a la vez de nuestro cerebro, es que todos funcionan de manera simultánea: Igual que un ordenador.

Con todo ello, nos puede resultar menos impactante cómo, ya en la actualidad, se nos sugiere aquello que hemos buscado en Google repetida y continuamente, o en relación a los like que hemos puesto, múltiples opciones variadas tras la búsqueda o el «me gusta». Todo ello se consigue a través del Big Data (18) , que hace referencia a las enormes bases de datos que una empresa es capaz de acumular en su día a día, datos que son tan grandes, rápidos y complejos, que es imposible procesarlos con los métodos tradicionales. Con ello, las empresas pueden conocer mejor a su competencia y cubrir las necesidades de la sociedad de una forma más rápida, variada y completa.

Cualquier movimiento que hacemos en internet en busca de información queda registrado en esta Big Data (19) , sin pararnos a pensar en la importancia que ello tiene para las grandes empresas que reciben esa información. Gracias a ello, empresas como Facebook, Amazon, o Google, empiezan a almacenar información sobre tus gustos, deseos o inquietudes. Con estos datos, la inteligencia artificial es capaz de descifrar e incluso predecir nuestros gustos o aficiones. Realmente, poco puede hacerse ya contra una tecnología que realmente necesitamos. Por ello, hemos de ser más conscientes que nunca de la información que en este apartado desarrollo, para tener conciencia del uso que hacemos de internet. Toda la publicidad que recibimos, está previamente segmentada con la inteligencia artificial, por lo que manipular a la población puede resultar extremadamente fácil (20) . Si todo está más automatizado, nuestro cerebro tendrá menos funcionamiento, y eso también traerá consecuencias, como es por ejemplo la enorme falta de atención plena de la que ya adolecemos.

Para todo ello, se hace necesario un enorme despliegue de grandes procesadores, antenas para captar y recibir información (5G), y un dominio absoluto de la ingeniería lingüística para tomar así el control de nuestro pensamiento. ¿Cómo se está haciendo?:

Con la neolengua, término que fue acuñado por George Orwel en el año 1984. Se trata de una versión simplificada de la lengua normal. Así, podemos llegar a utilizar palabras para algo distinto de lo que realmente significan, y para muestra, unos ejemplos:

  • Guerra preventiva: Guerra.
  • Flexibilización del mercado laboral: Abaratamiento del despido.
  • Externalización de servicios: Privatizar los servicios públicos.
  • 5G: Armas tecnológicas de geolocalización de la población y control masivo de la información.

Se trata, como vemos, de utilizar una palabra, que parece significar cosas, pero que de hecho, están ocultando su verdadero significado, lo cual se conoce como eufemismos.

Desde la perspectiva del desarrollo mundial del Estado Policial Digital, no resulta casual que los que más hacen uso de la neolengua en sus discursos, sean los políticos, ya que, mediante el «adorno» de las palabras en sus apariciones públicas, consiguen hacer creer a la población que realmente nuestros políticos están haciendo algo de valor por nosotros. En el caso de la situación actual que vivimos, los mensajes trasmitidos desde el Gobierno, si son analizados, suenan más a los mensajes de un país en guerra que a un país viviendo una pandemia mundial y que necesita cuidar al máximo su salud.

  • a) Subversión de valores

    Un ejemplo de ello pueden ser la libertad y el miedo, que son antagónicos. Si soy libre, también soy responsable, no hay cabida para el miedo, ya que soy dueño de mi vida y de mi destino. Sin embargo, estos valores han sido subvertidos, de tal manera que, en la actualidad, quien no tiene miedo es un insensato y un irresponsable, y quien tiene miedo, se le ve como alguien cauto y responsable. Mas lo cierto es, que cuando una persona tiene miedo su cerebro no funciona bien, genera cortisol, que le conducirá a episodios de rabia y violencia o por el contrario de miedo y parálisis, pudiendo incluso entrar en estado de shock. La persona se encuentra mediatizada y condicionada, por lo que es muy influenciable. «Si sé cómo funcionas, te diré funcionas, qué has de pensar, qué has de creer, y qué has de hacer (21) ».

    Con estas subversiones, se consigue eficazmente la implantación del pensamiento único, además de crecer exponencialmente el estado de policía digital. Prueba de ello es todo lo vivido durante la pandemia, en la que nos atreveríamos a decir que todos hemos vivido sin percatarnos demasiado bien, un shock mundial que ha venido de perlas para impulsar con el consentimiento de todos, el Estado Policial Digital.

    Sobre ello, nos parece interesante mencionar una frase del Club Bilderberg (22) que dice, «no me importa la verdad, la verdad se construye». Relacionado con ello, podemos hacer mención al libro «Cuba 1898: la primera guerra que se inventó la prensa» de MANUEL LEGUINECHE.

  • b) Fijación de creencias

    En este punto se hace indispensables utilizar, por un lado, a una autoridad de expertos que transmitan credibilidad, periodistas, profesores universitarios, médicos, políticos etc. Y, por otro lado, el control de los medios de comunicación, que como ya hemos visto, juegan con la tergiversación del significado de palabras y valores.

Para ir concluyendo, voy a hacer referencia al interesantísimo planteamiento de fijación de creencias y de cómo legalizar cualquier cosa que plantea el filósofo y político Joseph Overton: «La ventana de Overton (23) », una teoría política que desarrolla con escalofriante exactitud cómo se puede modificar la percepción de la opinión pública para que las ideas que antes se consideraban descabelladas sean aceptadas a largo plazo. Veamos cómo funciona, en base a las estas etapas que sintetizó el Máster en Humanidades Digitales, Luis Segura (24) :

  • 1) Pasar de lo impensable a lo radical.

    Cuando algo se considera impensable o inadmisible de todo grado, se empieza a promover su libertad de expresión, acompañándolo del traslado a la esfera científica. De repente, científicos, que no han de tener tabúes a la hora de investigar, comienzan a ahondar en el tema en cuestión. Además, se suele crear un grupo radical sobre la materia, a finde que pueda ser advertida y citada en los medios de comunicación, por lo que empieza a discutirse y a estar en boca de todos.

  • 2) Pasar de lo radical a lo aceptable.

    En esta etapa, se comienzan a divulgar las conclusiones científicas obtenidas de la primera fase, así como a insistirse en lo oportuno que es no tener prejuicios sobre el tema, calificando de intransigentes a quienes se nieguen a adquirir conocimientos sobre el mismo. Los intolerantes son condenados públicamente a medida que la idea va perdiendo sus connotaciones negativas. Mientras se condena públicamente a los intolerantes, es necesario crear un eufemismo, con la intención de que se pierda el significado directo del término original (neolengua) y sus connotaciones negativas, sustituyendo así la expresión original por otra en la que puedan integrarse nuevas más favorecedoras conexiones cerebrales. Paralelamente se crearía un precedente, histórico, mitológico, o inventado, que sirviera de referencia y pudiera ser utilizado como prueba de que eso que se quiere legalizar es perfectamente legítimo.

    El uso combinado de medios de comunicación y grupos de presión convertiría en aceptable, más pronto que tarde, el hecho en cuestión.

  • 3) Pasar de lo aceptable a lo sensato.

    Para ello, se hace necesario que el tema en cuestión empiece a proponerse como un derecho que todos tenemos, generando también lemas apropiados para que, mediante el uso y repetición del mismo, cada vez el mensaje cale a más personas. Paralelamente, se ha de seguir arrinconando, y más aún con el uso de estos lemas, a los que piensen diferente, acusándoles de radicales. A su vez, los expertos, medios de comunicación y personajes públicos a través de redes sociales, continuarían reforzando y insistiendo en el hecho en cuestión. De esta forma, ya nos sentimos familiarizados con el tema e incluso empezamos a considerarlo necesario.

  • 4) Pasar de lo sensato a lo popular

    En esta etapa se debe poner toda la maquinaria del poder al servicio del tema en cuestión. Políticos, autoridades, famosos y demás personas con influencia, hablan abierta y públicamente del tema. El fenómeno asoma por primera vez en películas, letras de canciones comerciales, novelas y espectáculos televisivos. Se ensalzan a personajes públicos que tengan o hagan uso del asunto en cuestión.

  • 5) Pasar de lo popular a lo político

    Finalmente, la ventana de Overton, cerrada al principio, se ha abierto de par en par. En esta última etapa comienza a prepararse la maquinaria legislativa que legalizará el fenómeno. Los partidarios del tema en cuestión, incorporados en grupos de presión, se consolidan en el poder y crean encuestas con el fin de mostrar un alto porcentaje de partidarios de la legalización del fenómeno, a fin buscar más poder y representación. Y de forma automática, como la fruta madura que cae por sí sola del árbol, se acaban estableciendo en la conciencia colectiva nuevos e incontestables dogmas. Lo verdaderamente escalofriante, es cómo este movimiento de ventanas se sigue utilizando con éxito en el presente.

Ejemplos recientes podemos encontrar varios en el momento actual, desde la difamación de la Corona española, la cual resultó intocable durante muchísimos años ante las aventuras del Rey Don Juan Carlos, ahora conocidas por todos, con la intención clara y evidente de ir deshonrando de a poco a la monarquía e ir implantando una mayor conciencia republicana.

El Estado Policial Digital y el pensamiento único, ni están tan lejos, ni son imposibles, muestra de ello ya la tenemos en sociedad china, de la que hablaré más distendidamente en el punto siguiente. Por consiguiente, he de poner de manifiesto el tremendo peligro que corren en estos tiempos nuestros derechos y libertades fundamentales, los cuales son cada vez más y más restringidos en pos del bien común, de lo que la mayoría «parece» querer. Si no tomamos conciencia de la importancia de pensar por uno mismo más allá de los medios de comunicación, la inexistencia de una esfera privada e individual en la que poder ejercer nuestros derechos con libertad, se convertirá en una realidad en un futuro muy cercano, cuando no lo esté siendo ya.

IV. El Estado Policial Digital y su implantación efectiva

La libertad constituye en el Estado Español, no sólo un derecho fundamental sino también uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico. También a nivel internacional, es a mi entender uno de los derechos humanos elementales, así lo confirma la Declaración Universal de Derechos Humanos (LA LEY 22/1948) (25) , o la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano (26) , entre otros tratados suscritos por España, que dan a la libertad el valor de derecho inalienable e irrenunciable del ser humano. Sin embargo, la velocidad a la que avanzan las sociedades pone fácilmente en entredicho el valor otorgado a este derecho. Y es que en la actualidad, estamos vigilados constantemente a través de internet y las innumerables opciones que este nos ofrece. ¿Qué es entonces la libertad? O más bien, ¿en qué la quieren convertir?

El Estado Policial Digital no contempla la libertad esencial del individuo, ya que vive y crece gracias a la cesión que todos le hacemos (inconscientemente) de la misma. Si el estado policial utilizaba el poder y la fuerza para mantener en orden a las sociedades, el Estado Policial Digital es mucho más sutil y feroz, ya que utiliza la tecnología, que abarca sin duda al poder y a la fuerza.

El país donde más claramente puede vislumbrase el Estado Policial Digital, es sin duda alguna, China.

El periodista chino Liu Hu, acusado de difamación y propagación de rumores a causa de sus reportajes sobre corrupción, acabó, en 2019, sin aviso previo, en la lista de «personas deshonestas sujetas a sanción de la Corte Suprema de China» que le impedía reservar un vuelo o comprar una vivienda. «No hubo archivo, ni orden policial, ni notificación oficial. Simplemente, me cortaron el acceso a las cosas que antes podía disfrutar. Lo que asusta realmente es que no hay nada que puedas hacer. No puedes protestar ante nadie. Te quedas atrapado en la mitad de la nada», denunció Liu Hu con claridad e impotencia (27) .

Este abuso no es exclusivo de China. Basta analizar nuestro presente. Los aparatos policiales y los Estados son movilizados por los que de verdad deciden, a fin de mantener el orden que ellos quieren mantener. ¿Cómo? Nunca antes ha sido tan fácil. La tecnología lo sabe todo, lo pasado, lo presente e incluso, según GIDE (28) (la tecnología desarrollada por el Pentágono), el futuro. Lo anunciaron a principios de agosto de 2021. Sus responsables aseguraron que GIDE (Experimento de Dominación Global de Información) es capaz de anticipar lo que va a pasar con días de antelación usando inteligencia artificial.

Lo cierto es que nuestro uso de los dispositivos y de los buscadores y redes sociales con ellos, se ha convertido en la herramienta cargada de poder para aquellos que quieran hacer uso de esa información, la cuestión es el fin para el que se emplean, si será para nuestro bien o para nuestra perdición/esclavitud.

Los continentes, naciones e individuos estamos interconectados de manera permanente, si bien de una forma muy desigual, dependiendo de las naciones y los estratos sociales (no podemos olvidar que más del 50% de la población no está conectada). La tecnología nos rodea y puede ser tan beneficiosa como peligrosa. Lo cierto es que sólo tenemos que pensar en nuestro yo digital, en esa extensión de nuestros cerebros: los teléfonos móviles. A ellos les confiamos todo, absolutamente todo: Deseos, alegrías, frustraciones, mentiras, delitos, ideas, cuentas bancarias, etc. No hay secreto que les resulte inescrutable.

Los buscadores como Google, Yahoo, Bing, Baidu o Ask saben, aunque lo borremos, qué nos interesa; nuestras aplicaciones bancarias, cuánto dinero tenemos y en qué lo gastamos; cuánto nos endeudamos; las redes sociales quién nos gusta y quién nos atrae, a quién seguimos e incluso a quien acechamos con cuentas falsas; Whatsapp a quién queremos, a quién criticamos; nuestras incoherencias. La conclusión es que nuestros teléfonos nos conocen más a nosotros que nosotros mismos. Lo saben todo, podrían ponernos luz en aquellas sombras de dudas con las que convivimos.

Internet y la tecnología se han convertido en dos instrumentos de vigilancia predictiva que permiten a la policía saber de antemano dónde y cuándo es probable que se produzcan delitos como robos, blanqueamiento de capitales, violaciones, pornografía infantil o terrorismo, entre otros; un motivo tan loable que puede servir de excusa para fines reprobables e inmundos como ejercer un absoluto control de la sociedad y sus individuos (o sea, nosotros).

Ya en 1998, en el trabajo de asesoramiento científico (STOA) número PE 166 499, firmado en Luxemburgo, con el título «Una aproximación a las tecnologías de control político» (29) , indicaba en su exposición de objetivos que, entre otros, los retos de este informe consistían en «proveer a los miembros del Parlamento Europeo con una guía de los recientes adelantos tecnológicos destinados al control político», además de «identificar, analizar y describir el actual estado» de estos avances. En el estudio se hacía referencia a las implicaciones que conlleva la «globalización y la militarización del equipamiento (utilizado) por las policías» y a la «convergencia de los sistemas de control desplegados en todo el mundo». Asimismo, ahondaba en materia de tecnología de vigilancia y control (incluyendo la emergencia de nuevas formas de redes de interceptación de comunicaciones en el ámbito local, nacional e internacional —vía satélite—, o «innovaciones en armamento de control de masas, incluyendo la evolución de una segunda generación de las llamadas armas no letales» en los laboratorios nucleares de Estados Unidos)».

Una de las primeras conclusiones a las que llegaba el estudio, sin duda escalofriante, era «el uso masivo de redes de interceptación de las comunicaciones, desarrolladas sobre el espacio europeo, con las que se identifican comunicaciones de teléfonos, fax, correo electrónico de ciudadanos privados, políticos, sindicalistas y compañías comerciales. Esta red global de vigilancia y seguimiento que es parcialmente controlada por servicios de inteligencia de fuera de Europa, no tiene ningún control parlamentario ni se ha discutido ni su rol ni su función en ningún momento de la historia». En otro apartado del texto se aseguraba que en el espacio judicial europeo todo esto significa la intercepción del 100% de las comunicaciones.

La tecnología nos controla y monitoriza. Sin embargo, la práctica totalidad de los individuos se entrega a ella como si fuera el Arca de Noé tras el éxodo de Egipto, aunque ahora para siglo XXI que ha llegado para hacernos la vida más fácil y salvarnos de cualquier mal. ¿Lo hace realmente? En parte sí, eso es innegable, aunque también tenemos que admitir que atrofia nuestros cerebros (ya no memorizamos, ¿para qué si lo tengo todo en internet en décimas de segundo?, se preguntan muchos, ignorando que, como muy bien definió el filósofo Platón, la memoria es aquello en lo que se condensa la subjetivad del individuo. ¿Cómo podemos decidir los humanos, tener criterio propio, sin tener historia, datos y conceptos en la cabeza?

Es bueno recordar en este punto las palabras de Milan Kundera afirmando que «Querer el olvido es un problema antropológico: desde siempre, el hombre sintió el deseo de reescribir su propia biografía, de cambiar el pasado, borrar sus huellas, las suyas y las de los demás. (…) La lucha contra el poder es la lucha contra el olvido»; sentimos menos necesidad de vernos presencialmente (las videollamadas y redes sociales nos hacen sentirnos cerca, aun cuando estamos lejos; pero también nos hacen ver menos a los que tenemos cerca) y nos adoctrina y aliena haciéndonos llegar con sus algoritmos lo que considera más adecuado y de la manera más persuasiva para que el mensaje cale más en nosotros.

Luego aquellos que desarrollan el presente y futuro tecnológico (que no son mandatarios de países, ministros ni senadores, sino los que ostentan el verdadero poder), son los que tienen todas las herramientas para controlarnos, por lo que depende de su voluntad (y no de la nuestra), lo que los demás (salvo excepciones muy contadas) hagamos.

Una de las recomendaciones superimportantes de la ONU es preservar la dignidad humana, la capacidad de elegir y la capacidad de intervención, pero ¿se puede con tanta conexión e información privada en las redes?, difícil.

«El ser humano tiene que ser quien al final de cuentas sea responsable» y reclamaba el derecho a ser olvidado

En un panel compuesto por Melinda Gates (fundadora de la Fundación Bill & Melinda Gates), Jack Ma (fundador de Alibaba) y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, que tuvo lugar el 10 de junio de 2019, los ponentes aseguraban que las decisiones a vida o muerte no pueden ser delegadas a las máquinas, sino que «el ser humano tiene que ser quien al final de cuentas sea responsable» y reclamaba el derecho a ser olvidado; la capacidad de tener privacidad, si así se desea. Pero, ¿es posible? Vivimos en un mundo en el que amigos y conocidos graban vídeos que postean y en los que salimos sin nuestro permiso, ni siquiera conocimiento. Dejando de lado la anécdota de que nuestros amigos, parejas, vecinos, aseguradoras, clientes, jefes y compañeros de trabajo se pueden enterar de lo que no deseamos, hay un peligro mayor. La absoluta información acerca de nosotros, nuestros gustos, círculos, hábitos, etc. en manos de quienes deciden lo que se tiene que hacer y hacia dónde tiene que ir la sociedad. Lo que nosotros hemos dado en llamar el Estado Policial Digital o estado policial de la tecnología. El término fue acuñado por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de Berlín (30) .

El Estado Policial Digital ha tomado una especial relevancia con la crisis mundial provocada por la COVID — 19, sobre el cual se ha pronunciado Byung-Chul Han con su ensayo «La emergencia viral y el mundo de mañana».

«Corea del Sur ha superado ya la peor fase, lo mismo que Japón. Incluso China, el país de origen de la pandemia, la tiene ya bastante controlada. Pero ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes. Entre tanto ha comenzado un éxodo de asiáticos que salen de Europa. Chinos y coreanos quieren regresar a sus países, porque ahí se sienten más seguros».

«Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia (31) ». Según Han, en Asia son menos renuentes y más obedientes que en Europa.

Desarrolla Han en este ensayo, su teoría acerca de cómo ahora los chinos, ensalzarán su sistema de vigilancia digital dadas las cifras obtenidas durante la pandemia, aprovechando que la sociedad está en shock para implantar en Occidente un Estado Policial Digital como el chino. Y es que «en Asia las epidemias no las combaten sólo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos».

Sin embargo, también Asia es el continente tienen una mentalidad más autoritaria. Las personas son más renuentes y más obedientes, confían más en el Estado y la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa.

La conciencia crítica ante el Estado Policial Digital que viven es prácticamente inexistente. Incluso llega a ser evaluada la conducta social de los chinos, los cuales son vigilados, grabados y geolocalizados 24 horas al día siete días a la semana.

En España, cuyos ciudadanos desconocen en su gran mayoría la situación china, se empiezan a hacer los primeros intentos de Estado Policial Digital a través de todas las apps que a raíz de la pandemia se han puesto en funcionamiento y cuyas aspiraciones, aunque alejadas, no distan mucho de las que ha conseguido china respecto de la COVID — 19. Las cámaras que poseen llegan incluso a medir la temperatura corporal de las personas, e ipso facto, llega un mensaje a tu teléfono móvil para que te autoconfines.

La esfera privada y la protección de datos es prácticamente inexistente, en detrimento de un bien común que ha sido acentuado por este virus. No obstante, lo cierto es que no será este virus, ni el despliegue la de tecnología 5G junto con la vigilancia digital, quienes consigan aunar a este mundo distópico a una, sino que, por el contrario, se está potenciando el miedo, la supervivencia, y un peligroso egoísmo revestido de bien social. En palabras del propio Han, «la solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus».

Para concluir, nos gustaría recordar que los seres humanos somos seres relacionales, que solo unidos logramos nuestros máximos exponentes y que, por ello, nos necesitamos los unos a los otros. El afecto y el calor humano para logar ya no un bienestar, sino un bienser son fundamentales; cada vez nos vemos más como un peligro, y no resulta casual que hayan aumentado los números de suicidios y toma de antidepresivos durante la pandemia (32) . Internet nos aísla e individualiza cada vez más, los lazos afectivos cada vez están más digitalizados, y la soledad se instala en nuestros corazones. Desde ese lugar, el vacío interno del ser humano está garantizado. Nos necesitamos los unos a los otros para tener un buen vivir, nos necesitamos en paz, unidos, y no en lucha.

V. Conclusión

El Estado Policial Digital ya germina a nivel mundial. Gran parte del impulso que ha vivido en estos últimos tiempos, tiene que ver con las situaciones vividas a través de la pandemia mundial provocada por la COVID-19, donde con el confinamiento nos vimos privados de nuestra libertad ambulatoria, habiendo sido recientemente declarada inconstitucional por el Tribunal Constitucional, e imponiéndose la obligación de devolver a los ciudadanos todas las sanciones que fueron impuestas por la policía durante dicho período de tiempo.

La creciente conflictividad social es manejada a su vez por los medios de comunicación, que absolutizan la seguridad urbana con nociones de ansiedad y peligro, que acaban extendiéndose incluso, a las ya denominadas «personas o grupos de riesgo».

Con todo ello, el famoso «divide y vencerás» cobra más sentido que nunca, ya que nos encontramos ante una sociedad aterrada por el miedo, incapaz de tener pensamiento propio, y que además discrimina al librepensador.

Todo ello no es casual. La subversión de valores, la neolengua, y la inteligencia artificial, que crece a pasos agigantados, tienen en todo este proceso de cambio un papel fundamental.

Ser protegidos como ciudadanos por cualquier amenaza externa se ha convertido en algo vital y prioritario, como si el peligro nos acechase en cada esquina que cruzamos. De este modo, lo que se inició con una loable función, «garantizar y proteger nuestros derechos individuales», ha quedado subvertido sin habernos si quiera percatado, a cuidarnos y protegernos de una peligrosidad inherente e invisible pero que parece encontrarse esparcida por el mundo.

Con el imparable avance de las nuevas tecnologías, geolocalización, el 5G y las restricciones de derechos fundamentales, vernos avocados a una sociedad sin intimidad ni privacidad no es tarea complicada. De hecho ya lo vivimos, en cierto grado.

Vivir en la era de la comunicación nos facilita enormemente el acceso a la misma, sin embargo, un alto porcentaje de la información esta sesgada y es labor de cada uno, buscar y acceder a una información real y de calidad

Como conclusión única y final al Estado Policial Digital, propongo poner a nuestro favor las virtudes que la era digital y del conocimiento nos ofrece y que son imparables, así como limitar aquella parte que nos perjudica. Por todo ello y más que nunca, el conocimiento nos hará libres. Pero la conciencia también. Vivir en la era de la comunicación nos facilita enormemente, el acceso a la misma, sin embargo, un alto porcentaje de la información esta sesgada, y es labor de cada uno, buscar y acceder a una información real y de calidad. Ser conscientes de la cesión de derechos, gustos y saberes que transferimos de continuo a la red para poder limitarlas en nuestro interés particular. Ser conscientes del seguimiento y la segmentación que de ellos se hace a través de la inteligencia artificial para volvernos dependientes y consumistas. Sólo si cultivamos nuestra conciencia, nuestra mente y nuestro mundo interior podremos mantener el centro que necesitamos para no caer en las garras de lo digital. Se necesita de nuestra colaboración para que el Estado Policial Digital avance, y esa colaboración la están teniendo sin demasiadas complicaciones. Por ello es necesario ser consciente de la trascendencia de cada movimiento que hacemos en la red, y limitarlos a los necesarios y fundamentales.

Hace un tiempo un neuropsicólogo me decía, será «la atención plena es aquella competencia porque la que las grandes empresas pagarán en el futuro. Sencillamente porque cada vez brilla más por su ausencia. Estamos sometidos constantemente a multitud de estímulos que nos impiden estar en presente, concentrados y utilizando todo el potencial de nuestra mente para tomar decisiones de verdad».

Sin un uso consciente de nuestra mente y nuestro conocimiento, seremos títeres del Estado.

VI. Bibliografía

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