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El prolífico y trabajador magistrado, antes abogado, nos proporciona otra monografía, ahora con este sugestivo título siguiendo la inspiración del insigne maestro florentino Piero Calamandrei para realzar que “entre el juez y abogado no hay antagonismo sino simbiosis en la senda de la Justicia” añadiendo que , “ser juez y abogado es cuestión del asiento en estrados, perspectiva de análisis, rol profesional e intereses que sostienen”.

En su cariñosa dedicatoria dice que la obra sigue la luminosa estela de mi legado. Al contrario que José Ramón primero fui juez y después abogado, durante muchos años, bueno nunca he dejado de serlo porque de alguna manera sigo entre ellos, escribo sobre ellos, pienso en su significación, y sobre todo me preocupa su trayectoria profesional muchas veces a contracorriente de pareceres y trato como aquel del Fuero de Nájera que prohibía que morasen en su territorio. Esta profesión ha penetrado con fuerza en mi personalidad, sin duda, por su significación y transcendencia en el entorno social.

El abogado forma parte de vida de todos nosotros hasta el punto de que se ha publicado un libro del periodista Fernando Jauregui titulado nada mas y nada menos que Los abogados que cambiaron España, como profesión que más ha influido en transformar a España en la democracia, opinión para muchos excesiva, aunque no tanto si nos fijamos en su labor y trabajo en orden a la presencia del Estado de Derecho, sin el cual la democracia no es concebible, y escribe Chaves que “Los abogados hacen falta en todo Estado de Derecho. Allí donde se reconocen derechos y garantías se precisan valedores” Y en ese aspecto el valedor reconocido al que toda sociedad acude es el abogado, desde el Estado y demás entidades públicas, grandes empresa y entidades hasta el más modesto ciudadano al que ha de proporcionársele en todo caso una asistencia judicial gratuita

Desde mis primeras publicaciones sobre la abogacía, que datan de 1967 he venido sosteniendo ser la más difícil de las profesiones jurídicas, porque recibe la versión y documentación del cliente, y ha de partir de cero dándole forma y señalando el camino a seguir. El juez llega al asunto estudiado por al menos dos letrados, y si se equivoca hay recurso, pero las equivocaciones del abogado pueden ser fatales. La persona en conflicto no acude al juez, sino al abogado que viene a ser el primer juez en ese largo camino de solicitar la tutela judicial, que ha de ser efectiva como señala nuestra Constitución y como se ocupa de remarcar en repetidas ocasiones, el maestro Chaves, si maestro, porque se desenvuelve con maestría, en ese proceloso mar del derecho a través de sus publicaciones y de su autorizado blog que acredita su competencia e interés en la materia.

La abogacía es una profesión que agrupa a muy diferentes profesionales, desde los socios de grandes despachos que minutan por horas sin conocer al cliente, hasta el artesano de provincias que es una especie de consejero familiar y de servicios varios, pasando por agentes, administradores, y gestores de la más variada condición en una evolución imparable hacia no se sabe dónde, aunque ya nos vamos haciendo a la idea al verlos anunciados en una furgoneta que frecuenta supermercados, ofreciendo divorcios a 150 € como anota Chaves en su completa monografía que divide en siete capítulos, en orden al compromiso de seguir una vocación profesional, por la necesidad de formar y prestar servicios de calidad, por el esfuerzo de imaginación, rectitud para mantenerse en el castillo de la honradez, paciencia para con el cliente y con el juez , prudencia en sus discurso y actuaciones, y suprema serenidad. Al final cuatro atinadas cartas, del juez al abogado, del abogado al juez, del abogado al cliente y del cliente al juez en las que pone de manifiesto su ingenio y conocimiento de lo que trae entre manos. Me llama especialmente la atención la del cliente al juez ¡Cuantas veces he tenido que impedir que justiciable de turno lo hiciera!, aunque a veces sería provechosa para llamar la atención sobre aspectos que se escapan en fría redacción de una sentencia. Es especialmente injusta la condena en costas por el sistema del vencimiento, que está privando de defensa a algunos derechos aparentes y sostenibles por el miedo ellas. Y también es injusto el trato que a veces reciben en algunos juzgados. Esa carta de derechos colgada en algunas paredes de la sede judicial nos remite a espacios muy distantes.

El libro de José Ramón me ha recordado mucho al Alma de la toga , escrito en 1922 por Ángel Ossorio y Gallardo, prestigioso abogado, que a través de múltiples ediciones, ha llegado hasta nuestro días, e igual que este yo recomendaría a todos los alumnos de grado de abogacía, que lo leyesen y lo tuviesen a mano. Entre ambos ha pasado un siglo, cien años de transformaciones siderales en todos los aspectos de la vida de los humanos, y por supuesto en la abogacía. Yo diría que excesivos para los abogados porque la esencia de su función como destaca el magistrado Chaves tiene una base vocacional de servicio a la Justicia que resultada desconocida en ocasiones, e incluso con cierto grado de incompatibilidad con algunas de las percepciones actuales. Y esa esencia debe ser inmutable, como base firme de toda la institución hoy asediada en muchos frentes.

Y siempre lucha que se extiende profesionalmente en varias direcciones. Con el cliente que no siempre dice la verdad y frecuentemente es desagradecido y desconsiderado, con sus colegas de la abogacía que no siempre son leales, con el juez que no siempre está en su sitio, con la oficina judicial que no siempre adopta su actitud de servicio público. Muchas peleas a la vez, y en primer lugar por el derecho. En este sentido destaca José Ramón, “la lucha por el derecho es un sentimiento que anima a los justos, al hombre de bien al jurista comprometido, aunque especialmente adorna al abogado” El derecho es lucha como destacara hace tiempo el gran jurista Kirchmann, y esa se elude “ mirando hacia otro lado, ni aceptando mansamente la arbitrariedad o siendo complaciente con el más fuerte o cediendo ante el espejismo de un poderoso adversario. El abogado lucha por el derecho plantando cara” Esta y otras atinadas reflexiones que se contienen en el texto me parece que constituyen más bien una aspiración, un planteamiento, un íntimo deseo que así fuera, porque observo muchas veces la cómoda actitud del silente, callada como respuesta rentable. La tónica general del trabajo está precisamente inspirada en la idea del “deber ser “, en cómo debería plantearse el ejercicio profesional en nuestra moderna sociedad, que necesita la presencia del abogado, con mayúsculas, como profesión tan antigua como ineludible, que me parece no sido bien tratada ni entendida entre nosotros, que hemos sido llamados al orden en muy repetidas ocasiones desde instancias europeas por la necesidad de un mayor cuidado y rigor en sus exigencias. ¿Cumple en la actualidad con ellas nuestra abogacía? Las respuestas serán sin duda dispares, y encontramos algunas opiniones muy duras con la situación actual. Por ese motivo el trabajo de José Ramón es oportuno y riguroso con numerosa bibliografía a pie de párrafo que avala y apoya sus valiosas consideraciones y la doctrina que contiene, de absoluta necesidad en el momento presente, de cierto desconcierto en los temas relacionados con la Administración de Justicia, que ha sustentarse sobre las bases firmes que tiene que proporcionar la necesaria seguridad jurídica, y su pieza clave de la abogacía.

Acierta plenamente cuando afirma que “las ovejas negras no comprometen la blancura notoria del rebaño” Efectivamente, encontramos dentro de la que ha veces se calificado de “selva forense” auténticos profesionales que acreditan día a día esta profesión que llevada a sus justos términos es un auténtico sacerdocio civil, que nos puede hacer sentir orgullosos de nuestro trabajo frente a los vientos y mareas que proceden de todos los puntos cardinales empezando de la propia legislación. Y aquí otra cita del autor cuando menciona su labor “ frente a una Administración poderosa con arreglo a una legislación procesal hecha medida del poder” y que conoce muy bien como magistrado especialista en esa jurisdicción, absolutamente “infumable” cuando reserva a los “ricos” los recursos ordinarios si la cuantía de proceso supera 30.000 €, y en otras cuantas cuestiones.

En fin, insisto. Me parece que libros como este deben estar presentes en la formación de quienes pretendan acceder a la abogacía, y como buen recuerdo a algunos de los que ya están en ella.

Enhorabuena y a seguir.

Elogio de los abogados, escrito por un juez

Un magnífico ensayo a cargo de JR Chaves (magistrado) que contribuye a reflotar el legítimo orgullo de ser abogado y de desempeñar una profesión esencial para la convivencia humana.

Presentación de la obra «Elogio a los abogados», el juez que quiso reconocer el esfuerzo de los letrados

El magistrado pone la lupa en las miserias y los laureles de una profesión «con grandes dificultades y que trabaja en un ambiente hostil». Un sector donde a veces se olvida que jueces y abogados «comparten un fin común», que no es otro que construir justicia.

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