Rubén M. Mateo.- España, sin tener políticas coordinadas para lucha contra las soledades, ya destina el 1,7% del PIB –de 2021– a atenderlas desde el sistema sanitario y a sufrir su coste desde el sistema productivo. Ello supone un coste superior a los 14.000 millones de euros anuales. Los costes debidos a la mayor utilización de los servicios sanitarios por mayor frecuentación, y el consumo de fármacos antidepresivos, estimulantes, tranquilizantes y relajantes suponen el 0,51% del PIB. Unos 5.600 millones de euros. Los costes por pérdidas de productividad ascienden a 8.000 millones de euros anuales, el 0,67% del PIB, provocados por reducciones de jornadas y bajas temporales. Todo ello sin contar los costes intangibles por la pérdida de calidad de vida y por la mortalidad prematura.
Los datos fueron revelados por Matilde Fernández Sanz, Presidenta del Observatorio Soledad.ES de la Fundación ONCE, durante el último encuentro de Jubilare –la comisión del Colegio de Registradores de España para combatir el edadismo desde un punto de vista crítico– que tuvo lugar el pasado miércoles 20 de marzo y cuya grabación íntegra puede verse en este enlace. Las cifras corresponden a un último estudio encargado por el Observatorio que preside para averiguar los costes de no hacer políticas preventivas y de atención de las soledades.
El evento, titulado «Soledad no deseada y salud mental», acogió la ponencia de la propia Matilde Fernández y de Sacramento Pinazo Hernandis, Presidenta de la Sociedad Valenciana de Geriatría y Gerontología. En ellas profundizaron sobre los efectos de la soledad no deseada e instaron a actuar con políticas intergeneracionales e intersectoriales para afrontar esta «lacra social». Así la definió Alberto Muñoz Calvo, encargado de presentar la jornada, miembro de la Comisión Jubilare y Registrador de la Propiedad de Madrid, quien subrayó que «muchas veces es invisible, pero es una realidad que parece que afecta especialmente a las personas mayores».
La también ex ministra de Asuntos Sociales de España repasó los principales resultados de tres estudios impulsados por el Observatorio Soledad.ES de la Fundación ONCE. El primero de ellos reveló los colectivos que se sienten más solos. Las personas mayores, las personas con discapacidad y las que no tienen un techo son los principales. No obstante, migrantes, refugiados y cada vez más jóvenes experimentan esta soledad no deseada que hace daño.
El segundo estudio al que hizo referencia cuantifica los costes de atender la soledad –1,7% del PIB de 2021– y el tercero ahonda en la cantidad de jóvenes que sufren la soledad. De este modo, Fernández expuso que «el 25% de los jóvenes de nuestro país dicen que se sienten solos». Asimismo, las personas mayores tardan seis años como promedio en verbalizar que se sienten solos y «en llamar a la puerta de su médico de familia y decir que ya no aguantan más». Los jóvenes acortan este proceso tres años. Por un lado, la mujer mayor dice en general que se siente sola porque espera que la familia a la que ha cuidado cuide de ella, pero no encuentra que lo hagan como desea. La falta de reciprocidad de los amigos y el poco valor percibido por parte de sus familias, los dos motivos más alegados por los jóvenes, según el tercer estudio citado por Fernández.
«Somos uno de los países que tiene leyes más igualitarias ante el tema de la homosexualidad. Pues los jóvenes o las jóvenes homosexuales sienten el doble de soledad», subrayó la ponente, que pidió más transversalidad, políticas de mayor intergeneracionalidad y más vida comunitaria para afrontar la soledad no deseada. Como ejemplo propuso que los centros de mayores también sirvan para que acudan los jóvenes en determinados barrios y municipios.
«Una sociedad de los cuidados implica que el ciudadano asuma ser copartícipe y responsable del devenir de la comunidad. Nos hemos creído que ya somos solo sujetos de derechos y eso es imposible. Los seres humanos somos sujetos de derechos y de responsabilidades. Y eso implica tener interiorizada una sociedad equitativa e igualitaria», precisó.
Antes de concluir, la Presidenta del Observatorio Soledad.ES de la Fundación ONCE destacó que España dedica un 0,8% del PIB a cuidar a las personas que «ya sabemos que tenemos que cuidar hasta que mueran porque son personas dependientes». Sin embargo, el resto de países de la comunidad europea dedica el 1,7%. En el caso de los países nórdicos, el porcentaje asciende hasta el 3,5%.
«Los cuidados son empleos que también hay que dignificar. En España tenemos un millón y medio de personas que cuidan a personas dependientes. El 40% cuidan en los hogares y el 60% en centros de día o en residencias. ¿Es que no es importante para crear riqueza ese millón y medio de personas que proporcionarían más productividad cualitativa al país si estuvieran a gusto, bien formadas, como hacen los nórdicos?», se preguntó, para añadir que no se trata de un tema de costes, sino de un tema de la dirección que toman los países. «Europa se lo tiene que plantear, porque en algunos países el 30% a finales de esta década van a ser personas mayores de 65 años», subrayó Fernández, para concluir que la sociedad de cuidados supone un «reto de civilización importantísimo».
La soledad que daña e incapacita
Esperanza García Reyes Cuevas, Registradora de la Propiedad Jubilada, y encargada de moderar la mesa redonda, dio paso a la siguiente ponencia, pronunciada por Sacramento Pinazo Hernandis, Presidenta de la Sociedad Valenciana de Geriatría y Gerontología, quien abordó, entre otras cuestiones, las consecuencias que tiene la soledad para la salud física y mental de las personas. En primer lugar, enfatizó la idea de que somos seres sociales y que necesitamos de la compañía de los demás.
«Lo paradójico es que estamos conectados tecnológicamente, pero por otro lado parece que vamos desconectándonos de los afectos del prójimo», dijo Pinazo, para insistir en la idea de que el modo en el que vivimos puede ser un factor de riesgo para el sentimiento de soledad. Destacó que actualmente en España hay 4.889.000 hogares unipersonales, y que la mayor parte de ellos no son habitados por personas mayores de 65 años.
No obstante, apuntó que en el caso de la soledad en las personas mayores debemos recordar que quieren estar y envejecer en sus casas. Un requisito imprescindible para ello es que consigan tejer su red de apoyos. «Nos preocupa la soledad que daña. La soledad que incapacita. La soledad que hace que muchas personas se queden más todavía en casa y rompan con sus relaciones, que tengan menos momentos de interacción. La soledad tiene aspectos positivos, pero son pocos, y tiene muchos aspectos negativos. De hecho, cuando preguntamos a las personas cómo definirían su soledad, la mayor parte de las personas dicen que la soledad es tristeza, es pena, es carencia, vacío, abandono y dolor», resumió la ponente. Un dolor que en muchas ocasiones suele ser incluso físico. Un dolor con sabor a fracaso. La soledad puede llevar a la depresión. «Si una persona se siente sola y esto le sume en un estado depresivo, este le va a ir hundiendo y le va a hacer que sea cada vez más complejo salir de ahí y motivarse para salir al encuentro de otras personas», dijo.
Asimismo, la soledad también se relaciona con la discriminación, ya que el sujeto afectado se siente excluido y que le han puesto una etiqueta y que no vale. Un fenómeno que le llevará a sentirse cada vez más aislado del mundo que lo rodea. «Cuanto más discriminada se siente una persona, más sentimiento de soledad tiene», aseguró Pinazo, que también incidió en la idea de que la soledad es factor de riesgo de mortalidad. O, dicho de otra forma, la implicación social reduce en un 50% las muertes, afirmó.
Y es que la soledad, expuso, lleva a un estado de hipervigilancia en las personas. Cuando esto sucede se segrega cortisol en sangre. «Es muy negativo para muchas cosas. Altera el sueño, aumenta los problemas cardiovasculares, incrementa la actividad inflamatoria de nuestros órganos, produce cambios inmunitarios, por ejemplo, en el metabolismo, y activa el nervio simpático, el eje simpático adrenérgico», subrayó la Presidenta de la Sociedad Valenciana de Geriatría y Gerontología. Además, afirmó que diversos estudios han revelado que la soledad ha producido daños neuropsicológicos en el cerebro. Especialmente se ve afectada la parte más interna, la amígdala, que interviene en las emociones, en el dolor y en la autoconciencia. Esto llega a producir un daño físico.
Además, las personas que se sienten solas tienen mayor carga de betamiloides y tau, que son las responsables de la demencia. La soledad se relaciona también con trastornos mentales con deterioro cognitivo y con ideación suicida. «La soledad es por tanto un factor de riesgo y causa número uno de la depresión. La soledad multiplica por cinco la posibilidad de tener depresión. Pero además la soledad se relaciona con otras variables importantes para las personas como la desesperanza, la sensación de que ya no hay nada que pueda hacer», aseguró la ponente.
Como recomendaciones, Pinazo invitó a realizar actividad física en el exterior para reducir los neurotransmisores negativos y ayudar a fluir la serotonina. La amistad y las relaciones sociales también inciden en mejorar neurotransmisores importantes.
Antes de concluir la jornada, que tuvo lugar en la sede de la Fundación Once y que pudo seguirse online, tuvo lugar el turno de preguntas. Se destacaron algunas iniciativas que combaten la soledad, como el proyecto que existe en Córdoba (Argentina), por el cual en uno de sus barrios se está trabajando con personas mayores dentro de los espacios protegidos para niños y jóvenes en zonas de conflicto. Están siendo las personas mayores los líderes, los agentes de salud para la promoción del cuidado y la prevención de las adicciones y también al mismo tiempo sirve como lucha contra la soledad.
Los asistentes plantearon cuestiones de interés, como la predisposición genética para la soledad. «En casi todo suele haber una parte genética pequeña como un 30% y una parte grande como un 70%, que tiene mucho que ver con lo que hacemos con nuestro estilo de vida. Cómo afrontamos. Ahí es donde tenemos todo el trabajo por hacer», sostuvo Pinazo. También se habló del sentimiento de soledad y culpabilidad que pueden generar las redes sociales en los jóvenes al compararse y sentir que no cumplen con las expectativas marcadas o la deshumanización que puede suponer la llegada de robots dedicados a hacer compañía a las personas mayores.
Puedes acceder a la grabación de la jornada a través de este enlace.