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En un entorno global marcado por la incertidumbre económica, los conflictos geopolíticos y un aumento exponencial de amenazas cibernéticas, las empresas se enfrentan a un desafío transversal: generar y mantener la confianza. Para los despachos legales, actores clave en el ecosistema empresarial como proveedores de servicios jurídicos ( y como empresas cada vez más globales en si mismos) este desafío se torna aún más complejo. A medida que la sofisticación de las amenazas se multiplica, la confianza —ese intangible esencial— se construye no solo con conocimiento legal, sino también con capacidad de respuesta, transparencia y comunicación efectiva.

El informe CrowdStrike Global Threat Report 2025 dibuja un panorama alarmante: la actividad de actores estatales y grupos criminales organizados ha alcanzado niveles récord, con un aumento del 75% en los intentos de intrusión interactiva.

Particularmente preocupante para los propios bufetes es el auge de las amenazas dirigidas a los proveedores de servicios profesionales. Los actores maliciosos los consideran "puntos de entrada estratégicos", ya que manejan información sensible de múltiples clientes. Las firmas jurídicas, al custodiar secretos empresariales, contratos confidenciales, estrategias legales y documentos regulatorios, se han convertido en un objetivo atractivo para los cibercriminales .

En este contexto, la confianza no es una cuestión estática ni una mera consecuencia de la trayectoria profesional de un despacho. Se convierte en un valor dinámico, constantemente puesto a prueba por las capacidades de prevención, detección y respuesta ante incidentes. Pero también, y esto es crucial, por la calidad de la comunicación corporativa.

Muchos bufetes aún conciben la seguridad como un problema técnico, delegable al departamento de IT. Sin embargo, los ataques exitosos no ocurren sólo por fallos tecnológicos, sino también por errores humanos, ausencia de protocolos, falta de entrenamiento y, sobre todo, por deficiencias en la comunicación interna y externa durante y después de un incidente.

En otras palabras, cuando ocurre una brecha de seguridad —y tarde o temprano ocurrirá— lo que determinará la permanencia de la confianza no será únicamente la capacidad técnica de remediar, sino cómo se informa, gestiona y transmite la situación.

La comunicación corporativa en el sector legal debe evolucionar más allá del marketing y la imagen de marca. En tiempos de crisis, se convierte en una herramienta estratégica de gestión de riesgos.

Ocultar una brecha de seguridad puede parecer una estrategia conservadora, pero en la era del cumplimiento normativo (como el RGPD en Europa o normas similares en América), esta decisión puede acarrear sanciones económicas y un daño reputacional irreversible. La transparencia, cuando se gestiona con profesionalidad, transmite responsabilidad, control y compromiso con los clientes- no lo olvidemos que son el centro del negocio y que hay que pivotar sobre ellos-.

Es importante interiorizar que no es lo mismo comunicar a empleados, a clientes o a los medios. Cada grupo necesita mensajes ajustados a su rol. La consistencia en el tono, la claridad en los datos y la alineación con los valores de la firma son fundamentales para evitar contradicciones que alimenten la desconfianza.

La improvisación en comunicación de crisis puede ser letal. Las firmas deben contar con protocolos de comunicación preparados, portavoces entrenados, y mensajes tipo predefinidos para diferentes escenarios. Simulacros internos, que involucren tanto al equipo legal como al personal técnico, permiten detectar fallos antes de que ocurran en una situación real.

El silencio institucional durante una crisis solo amplifica los rumores. Los despachos deben activar todos sus canales disponibles —correo corporativo, sitio web, redes sociales, atención directa— para transmitir mensajes, responder dudas y demostrar que la situación no está fuera de control.

Superada la crisis, hay que aprender de la experiencia testando las medidas adoptadas y el fortaleciendo los protocolos que se hayan demostrado útiles. No basta con retomar la normalidad: hay que demostrar que la firma ha salido reforzada.

En el caso de los despachos, la exigencia es doble. No solo están obligados a proteger su propia información, sino también la de sus clientes. Esto implica que una brecha en un despacho puede tener efectos colaterales devastadores: pérdida de juicios, nulidad de pruebas, filtración de acuerdos privados, etc…. La confianza se construye con hechos: inversiones en ciberseguridad, capacitación constante y protocolos auditables. Pero también con palabras: una comunicación que transmita seguridad, profesionalismo y compromiso ético.

Lejos de ser una mera herramienta defensiva, la comunicación puede convertirse en un factor diferenciador en un mercado ferozmente competitivo. Los clientes —especialmente los corporativos— valoran cada vez más la resiliencia y la previsión como criterios de selección de proveedores jurídicos.

Un despacho que comunica de forma clara sus políticas de seguridad, que publica memorias de cumplimiento, que informa proactivamente sobre cambios en su infraestructura o que comparte guías sobre protección de datos, no solo protege su reputación, sino que proyecta liderazgo.

Además, en el marco de la tendencia global hacia la sostenibilidad empresarial, la comunicación responsable forma parte de los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza), que cada vez más empresas utilizan para seleccionar socios estratégicos.

Las amenazas actuales son demasiado rápidas y complejas para ser gestionadas exclusivamente con tecnología. Se requiere tejer toda una red entre inteligencia artificial, talento humano y cultura organizacional.

En los despachos esta alianza implica incorporar profesionales especializados en gestión de crisis, comunicación estratégica y ciberseguridad, al tiempo que se cultiva una cultura organizacional que valore la prevención y no castigue la transparencia.

Construir confianza en un mercado incierto no es tarea fácil, pero sí posible. Requiere combinar excelencia técnica con sensibilidad humana, y blindar no solo los sistemas, sino también los relatos. La comunicación corporativa ya no es, si alguna vez lo fue, una función accesoria para las firmas, sino una herramienta esencial para asegurar su continuidad, proteger su prestigio y fortalecer su relación con los clientes.

Porque al final del día, la confianza no se improvisa. Se construye. Y se comunica.

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