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La presidenta del Consejo de Estado, Carmen Calvo Poyato, presidió el pasado 29 de mayo la toma de posesión, ante el Pleno del Consejo de Estado, del nuevo Consejero nato, el Presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, Luis María Cazorla Prieto. (puedes acceder a la grabación íntegra del acto en este enlace).

Cazorla fue elegido el pasado 12 de mayo nuevo presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, al obtener un respaldo unánime del Pleno de la citada institución. Desde el 27 de mayo, preside también el Instituto de España, institución en la que están integradas las principales reales academias de España. Igualmente es, desde el pasado año, presidente del Consejo Asesor de Aranzadi LA LEY

Tras la ceremonia, la Presidenta ha dado la bienvenida al nuevo Consejero nato en nombre del Pleno del Consejo y ha destacado que «tu prestigio y conocimiento va a aportar mucho a la institución, a nuestros debates, en definitiva, a la función consultiva que tenemos encomendada». «Pronto, 500 años al servicio del país», ha resumido.

La Presidenta ha afirmado que el Consejo de Estado aporta en «un mundo complejo, confuso y prolijo en voces, tranquilidad, sosiego y reflexión», «aúna conocimiento, inteligencia y voluntad al servicio de la democracia». En este sentido, la Presidenta ha señalado que «forma parte de nuestro hacer, anteponer las razones a las emociones».

«Te incorporas a la casa de la palabra. Que la palabra sea el camino y la paz el único espacio posible» ha reflexionado. «A eso estamos convocados en el Consejo de Estado, a servir a nuestro país y a seguir honrando la memoria y el prestigio de esta institución como servidores públicos», ha concluido.

Por su parte, el nuevo Consejero nato, Luis María Cazorla Prieto, ha expresado en su intervención su «honda preocupación» por el desprecio al Derecho que, en su opinión «va tomando cuerpo hoy en ciertos sectores de nuestra sociedad y de nuestro Estado». En este sentido, ha señalado que «las olas del desprecio al Derecho van llegando a la playa de la seguridad jurídica con consecuencias deplorables y lo hacen impulsadas por la marejada del populismo en su vertiente jurídica».

El nuevo Consejero nato ha señalado que el entendimiento del Derecho que defiende «no es estático, es evolutivo, cercano a las transformaciones sociales y a los atemperamientos políticos, atento a la realidad social entendida en sentido amplio sobre la que reposa la norma jurídica ya existente o en camino de serlo».

Han apadrinado al nuevo consejero, la consejera permanente, Paz Andrés Sáenz de Santa María y el consejero nato, Benigno Pendás García, a los que Luis Cazorla ha dedicado entrañables palabras en su intervención.

Reproducimos a continuación, por su interés, el Discurso íntegro de Luis Cazorla ante el Pleno del Consejo.

«PRIMERA PARTE

Excelentísimos señores ….

Lo reconozco paladinamente: la emoción se enseñorea de mí en este momento y es apreciable su presencia absorbente en el pálpito de mis palabras. Aun así, no creo en la afirmación atribuida a Goethe de que «no es prudente tener gran confianza en palabras pronunciadas en momentos de emoción», pues les aseguro que mis palabras brotan ahora del pliegue más sincero de mi ser y son merecedoras de confianza y crédito.

Pero no teman, aunque estoy en manos de la emoción, rendiré culto a una regla de oro en mis intervenciones, sobre todo orales: rendiré culto a la brevedad, a la que dedico un cumplido elogio, porque como se ha escrito en un reciente ensayo: «Lo breve no es pequeño, es intenso. Lo breve no es simple, es complejo. Lo breve no es efímero, es memorable» (1) .

No es fácil espigar tres palabras, simplemente tres, del tesoro que ahorma nuestros pensamientos y se desliza por nuestros labios, no es fácil hacerlo en nuestro maravilloso idioma. Amor, gracias y perdón son para mí las escogidas. De las tres retengo hoy gracias, porque, como señaló Séneca, nada es más bello que la gratitud.

La referencia en el día de hoy a la familia debe ser escueta, pero no me resisto a dejar brevísima constancia de ella Gracias a mi familia pasada y presente, formada por tres y espero cuatro juristas, familia encabezada hoy por Carmen, mi mujer, sin ella lo que haya podido hacer en el mundo del Derecho no podría haberlo hecho.

Me centro, pues, en los agradecimientos relacionados con el mundo de lo jurídico. Gracias a los que contribuyeron a dar mis primeros pasos en la permanente formación a la que debe atenerse el jurista; me limito a mencionar a uno por el culto anunciado a la brevedad y por su relación con esta Casa: recuerdo agradecido a Manuel Alonso Olea, tan ligado al Consejo de Estado y al que debo, entre otras muchas cosas, la publicación de mi primer artículo jurídico. Gracias infinitas a mi inolvidable maestro Fernando Sáinz de Bujanda, que ha dejado huella indeleble en mí y que me enseñó tanto que vi en él el espejo en el que se reflejaba lo que quería ser y lo que no quería ser en la vida. Sinceras gracias a dos personas muy ligadas a esta institución y que guiaron mis primeros pasos en el Congreso de los Diputados, órgano constitucional al que en la condición trascendental para mí de Letrado de las Cortes Generales he dedicado más de cuarenta y cinco años de servicios entusiastas e ininterrumpidos: me refiero por delante a Landelino Lavilla y después a Francisco Rubio Llorente.

Quiero hacer patente mi enorme agradecimiento a Jaime García Añoveros y más aún a Gregorio Peces-Barba, que, siendo yo muy joven, me atribuyeron en el Ministerio de Hacienda y sobre todo en el Congreso de los Diputados altas responsabilidades institucionales para cuyo desempeño depositaron en mí plena confianza, lo que me permitió vivir experiencias únicas y enormemente enriquecedoras. También quiero recordar con especial agradecimiento, primero, a Aurelio Menéndez, y, después, a Manuel Olivencia y Rafael Calvo Ortega, que me propusieron hace quince años para acceder a la medalla número 14 de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, palanca que, a la postre, me ha impulsado para llegar a esta muy docta Casa, medalla de la que, curiosamente, fue también titular quien fuera Presidente del Consejo de Estado José Ibáñez Martín, como se puede observar en el correspondiente retrato que luce a pocos metros de aquí.

La última vertiente de mis agradecimientos está consagrada a mis queridos compañeros y todos amigos de los que he recibido tan solo hace unos días el voto unánime para ocupar la Presidencia de la Real Academia que me otorga la condición de Consejero de Estado nato; quiero encarnar este agradecimiento en dos de ellos: en Manuel Pizarro, mi entrañable amigo desde que, aun no terminada la carrera de Derecho, nos conocimos en una academia de preparación de abogados del Estado anhelando ambos llegar a serlo, y con quien durante su cuajada Presidencia de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España he colaborado con entusiasmo durante más de seis años; también quiero encarnar el agradecimiento en José Antonio Escudero, nuestro decano, personificador de la máxima autoridad en mi Casa de procedencia, de quien he aprendido mucho de cómo ser y estar como titular de una medalla de la Real Academia a la que pertenezco con tanta satisfacción y honor. Por fin, gracias al Consejero de Estado Benigno Pendás, entrañable amigo y compañero en tareas parlamentarias, académicas e intelectuales, y a la Consejera de Estado Paz Andrés, compañera de cátedra y amiga no menos querida y respetada, por el honor que me acaban de dispensar introduciéndome en esta tan noble y centenaria institución, próxima a celebrar sus ¡quinientos años! de servicio al Estado.

Confesaba hace unos minutos que amor, gracias y perdón son las tres palabras que quintaesenciaría yo del rico caudal de nuestra sin par lengua materna. Les adelantaba que me centraría exclusivamente en gracias, pero vuelvo atrás, matizo, y me refiero sucintamente al perdón en su manifestación menos intensa de la disculpa. No tengo empacho en pedir disculpas de antemano si en ciertos momentos no lograra estar a la altura de lo que exige esta tan preeminente institución. Lo hago en primer término a los Consejeros en sus distintas condiciones, que personifico en Miguel Herrero de Miñón, Ponente constitucional, a quien proclamo admiración intelectual y con quien tuve la suerte de compartir muchas horas en la Carrera de San Jerónimo en unos años a los que tanto debe España. En segundo lugar, lo hago también a los miembros de muy prestigioso cuerpo de Letrados del Consejo de Estado, que personifico ahora en Jaime Aguilar y Leopoldo Calvo-Sotelo, pertenecientes ambos a la primera «hornada» de alumnos míos en la venerable Facultad de Derecho de la Universidad Complutense.

No quiero concluir la primera parte de mis palabras sin poner de manifiesto la satisfacción que siento al producirse mi incorporación al Consejo de Estado bajo la presidencia de Carmen Calvo con quien he compartido preocupaciones científicas propias de nuestra condición de profesores universitarios, momentos parlamentarios y terceras personas a las que nos unen sólidos lazos personales.

Paso, pues, a la segunda parte de mi intervención, la de más sustancia jurídica.

SEGUNDA PARTE

Señala Thomas Moore, el poeta romántico irlandés por excelencia que: «Para que la dicha sea completa siempre se necesita un poco de ilusión». No poca, sino mucha es la ilusión con la que entro en el Consejo de Estado, ilusión que irriga e impulsa las ideas fundamentales que conforman los cimientos de mi forma de entender el Derecho y la situación que le aqueja en los tiempos que nos ha tocado vivir. Animado por estas ideas aspiro a aportar algo en las tareas que se me asignen.

Llego al Consejo de Estado con una honda preocupación: el rampante desprecio al Derecho que va tomando cuerpo hoy en ciertos sectores de nuestra sociedad y de nuestro Estado.

Repaso a continuación varias de las desacertadas opiniones en las que se asienta este lamentable fenómeno e injerto mi opinión sobre ellas. Los juristas son, salvo contadas excepciones, conservadores y reacios al cambio, cuando entre ellos hay de todo y lo que verdaderamente repugna a la mentalidad jurídica no es el progreso sino el caos y el desorden, sobre todo en la forma de conseguir objetivos por innovadores que sean. El Derecho, opinan algunos, es siempre un obstáculo, un impedimento en el camino para el logro de metas políticas avanzadas, por lo que es preciso relegar o reducir a su mínima expresión las exigencias jurídicas, cuando, por el contrario, el respeto al Derecho es la mejor garantía del buen fin de lo que se pretenda, con independencia de la naturaleza de esto. Se postula en ciertos ámbitos que no es fundamental tener en cuenta ni hay que exagerar previsibles e incluso anunciados efectos negativos de una defectuosa elaboración o ejecución de la norma jurídica, cuando, opuestamente, tal proceder ha creado en estas fechas situaciones radicalmente opuestas a lo pretendido. El Derecho, se añade por otros, no es más que un andamiaje o una apariencia formal que ni alberga valores ni es un instrumento eficaz para su logro, cuando esto está hoy muy superado por el entendimiento principial y axiológico que impone la Constitución de 1978 (LA LEY 2500/1978). Por fin, frente a la voluntad política democráticamente expresada que no tiene límites, defienden algunos que el Derecho entraña indeseables cortapisas a su alcance, cuando, muy opuestamente, es el cauce para conseguir avances socio-económicos perdurables.

Como fruto de todo esto y de otros factores en los que no me puedo adentrar, las olas del desprecio al Derecho van llegando a la playa de la seguridad jurídica con consecuencias deplorables y lo hacen impulsadas por la marejada del populismo en su vertiente jurídica. Como escribe en este sentido el Académico Darío Villanueva: «Cunde … el auge de opciones populistas, basadas en pulsiones emotivas y en pasiones difícilmente controlables» (2) . En suma y en congruencia con estas opiniones personales esbozar en contraposición a la insania del desprecio al Derecho, proclamo ante la selecta audiencia a la que me dirijo mi creencia radical en el respeto al Derecho como el más adecuado e imprescindible instrumento para la resolución pacífica y razonable de los conflictos de la vida pública y privada.

Comprenderán que, animado por tan poderoso soplo vital, no quepa dentro de mí y se derrame a través de todos los poros de mi piel la satisfacción y el honor al tomar asiento en el Consejo de Estado. Se me ofrece por este camino la posibilidad única de ponerme, una vez más en mi prolongada trayectoria profesional, al servicio de la creencia capital para mí que acabo de exponer y hacerlo en uno de los baluartes del Derecho más caracterizados de nuestro Estado de Derecho, en esta admirable Corporación que ya es mi casa, en esta Corporación donde reina la excelencia jurídica, algo más valioso aun cuando hoy, como escribe Antonio Muñoz Molina, «todo lo más noble parece estar sujeto a la degradación y a la parodia» (3) , y, como pone Frank Kafka en boca de Josepf K: «La mentira se convierte en lo que ha de ordenar el mundo» (4) .

Ahora bien, el entendimiento del Derecho en el que tanto comulgo no es estático, es evolutivo, cercano a las transformaciones sociales y a los atemperamientos políticos, atento a la realidad social entendida en sentido amplio sobre la que reposa la norma jurídica ya existente o en camino de serlo. Un entendimiento basado en que, como escribió Soren Kierkegaard: «Detrás del mundo en el que vivimos -añado yo el del Derecho y sus categorías-, allá al fondo hay otro mundo -añado yo el de la realidad social y política- que mantiene con él una relación similar a la que mantienen, en el teatro, la escena real y la que a veces vemos detrás de ella» (5) .

Permítanme una última reflexión antes de pasar a la muy escueta parte tercera y final de mi intervención. Creo en la Constitución de 1978 (LA LEY 2500/1978), pero no en su entendimiento pétreo; creo en el formidable potencial de los principios constitucionales, pero no en una Constitución-chicle (permítanme esta expresión tan impropia de este estrado). La naturaleza evolutiva a la que me refiero, puede llegar para mi hasta que tope con lo que Miguel Herrero de Miñón llama «Constitución principal» (6) o núcleo sustancial que no es posible alterar sin desfigurarla sustancialmente hasta hacerla formalmente la misma y materialmente otra. Como señala Eric Vuillard en su inclasificable libro El orden del día y desde otro punto de vista: «El Derecho constitucional existe, y no es para las termitas o los ratoncillos, es para los cancilleres, para los auténticos hombres de Estado, ¡porque una norma constitucional … cierra el camino tan poderosamente como un tronco de árbol o un cordón policial!» (7) , o, matizo yo, debería cerrarlo.

TERCERA PARTE

Encaro la muy breve tercera parte de mis palabras y termino señora Presidenta, porque me temo que ya esté vulnerando la regla de oro de la brevedad y oigo en mi interior el grito desgarrado de mi otro yo reclamándome que concluya, que ya he abusado bastante de la paciencia de todos ustedes.

Sí, termino y lo hago poniendo mi ilusión, mi trayectoria profesional e intelectual y mis conocimientos, enriquecidos sin duda por el silencio respetuoso y reflexivo con el que escucharé a mis compañeros y a los Letrados que nos ilustren, poniendo todo esto con imparcialidad y sentido institucional, subrayo esto con toda intención, al servicio incondicional del Consejo de Estado como pieza fundamental del Estado de Derecho en el que tanto creo y defiendo.

Ahora sí, señora Presidenta, ahora sí he terminado y lo hago devolviendo la palabra cuyo uso tanto me ha honrado».

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