El tsunami de la inteligencia artificial amenaza nuestros trabajos, nuestra capacidad de razonar, los derechos de autor, nuestra intimidad... Pero, si ponemos el foco en una dimensión sociocultural y a largo plazo, los estudiosos no disimulan su preocupación por el peligro de aniquilación inminente de algo inherente al ser humano: la capacidad de creación cultural. Si la máquina puede apoderarse de la recopilación de experiencias y de la creación de lo simbólico, lo que nos define como especie, ¿entonces está en peligro la condición creadora de ser humano? Los expertos nos ponen en alerta, pues se cierne un posible reinado de una sabiduría basada en la necesidad de producción, del conocimiento, del capital, y podemos olvidar (las máquinas pueden olvidar) la condición vulnerable de lo humano.
¿La solución? Poner coto legal. Pero el motor regulatorio no arranca. Más bien al contrario, va al rebufo de los nuevos tiempos. Esta idea, regular la IA para garantizar su enfoque humanista, fue la espina dorsal del debate de la lección de clausura de la 6.ª edición del «Diploma de Alta Especialización en Legal Tech y Transformación Digital» (DAELT), que tuvo lugar en la Escuela de Práctica Jurídica de la Universidad Complutense. Tres expertos coincidieron en que la inteligencia artificial está adquiriendo dimensiones que sobrepasan el marco normativo. Pero controlar algo tan volátil como la inteligencia artificial es como intentar atrapar el agua con las manos.
«Los retos de la inteligencia artificial, sobre todo la generativa, son más desafiantes de lo que pensábamos», reconoció Moisés Barrio, Letrado del Consejo de Estado, Consultor, profesor de Derecho digital, miembro del Consejo asesor de Aranzadi LA LEY y director del DAELT. En la película Her, la inteligencia artificial adquiere una personalidad humanoide con la que se puede empatizar e incluso entablar una relación. Barrio deparó en cómo los asistentes conversacionales ya cuentan, y cada vez más, con una personalidad amigable y simpática. Y esto es una estrategia para generar conexión, para crear un vínculo con la máquina, y en última instancia, para generar dependencia.
Sin embargo, «el uso de chatbots elimina capas de pensamiento crítico», advirtió Barrio. También está generando dependencia, alertó. «La gente suele utilizar ChatGPT como si fueran oráculos». De hecho, las búsquedas a través de asistentes conversacionales ya comienzan a superar a las búsquedas de Google.
Está cambiando la forma en la que las personas aprenden, las dinámicas de dialéctica y los modelos de razonamiento. «Muchos autores exigimos una IA enfocada en el ser humano. Como ciudadanos, no podemos huir de nuestro compromiso con los valores que fundamentan la Democracia, la Constitución y el Estado de Derecho», remarcó el experto, ni renunciar al «legado cultural del humanismo», enfatizó el profesor Barrio.

Revisión ética
Por su parte, Cristina Retana, directora de Contenidos e Innovación de Aranzadi LA LEY, y en la misma dirección que Barrio, apostó por una inteligencia artificial al servicio de los profesionales; eso sí, que nunca sustituya «al juicio, la revisión crítica y la ética». Y sobre todo que sea usada conociendo su enorme potencial, pero también «sus enormes riesgos».
Retana anticipó que la IA transformará «la forma de trabajar», pero también «cómo nos relacionamos con colegas, cliente y proveedores». Se acabarán las tareas rutinarias y surgirán nuevos modelos de negocio, sin embargo, es un error pensar que las máquinas son todopoderosas y sus respuestas son siempre fiables. Lo parecen, pero no siempre lo son.
«La apariencia casi humana de los modelos extensos de lenguaje (LLM), con respuestas de gran calidad gramatical y sintáctica, nos pueden hacer pensar que todo lo que indican es correcto y fidedigno», subrayó la experta.
Y apostilló: «no olvidemos que las fuentes de entrenamiento condicionan el resultado obtenido de los sistemas de IA». Así, por ejemplo, para un profesional del Derecho una respuesta GPT a una consulta legal puede estar bien redactada, ser lógica y en apariencia coherente. Sin embargo, es posible que la máquina esté utilizando una normativa que ya no está en vigor, o simplemente citar «jurisprudencia de otros países», lo que «ya ha ocurrido», señaló la experta. Por ello «es fundamental la procedencia y la calidad de los datos utilizados para entrenar la IA».
El poder de crear
«Necesitamos una IA que estimule la creación artística, no que la ahogue», reivindicó, por su parte, el consultor, escritor, profesor universitario y expolítico José María Lassalle. El académico ahondó en las dimensiones filosóficas del impacto de la IA en la sociedad y en la condición humana. En su opinión, «la IA debe tener un papel instrumental, ser un acompañante de la creatividad humana», pero no «un sustituto», defendió.
El panorama es incierto. El rumbo es, precisamente, el contrario. Se perfila ya una inteligencia artificial que engulle los datos de la humanidad. Máquinas que conocen los entresijos y secretos de las personas y que están arrebatando algo que siempre las caracterizó: su capacidad artística. Y ante todo, su capacidad de producción cultural.
En este sentido, el experto cree que es hora de blindar el derecho de creación. En juego está la dignidad humana. Existe el peligro de que las máquinas creen un nuevo orden, un nuevo marco de sabiduría doblegado al capital, al individualismo, a la necesidad de producción. Y entonces se ignore «lo vulnerable de lo humano».
«La cultura debe ser conservada y protegida como bien público», dijo Lasalle. Si no, quedaremos atados a un «capitalismo cognitivo»; y el ser humano será un cuerpo de datos. Nuestro legado se reducirá al mero «rastro digital que dejamos».
Lasalle defendió que es hora de salvaguardar la idea del arte, la originalidad humana y la capacidad de simbolización, «conservar los rasgos que nos permitan reconocernos los unos a los otros». «Nos enfrentamos al riesgo de cancelación de la cultura humana», dijo el experto, y nos encaminamos a la creación de una «infoesfera» que aglutine la experiencia humana, que sepa quiénes somos incluso mejor que nosotros mismos.
«Se está arrebatando la hegemonía al ser humano de lo que se crea». Y este es un fenómeno que se está dando «sin apenas restricciones legales», lamentó Lasalle. «El tamaño del flujo de datos que se está generando desborda el marco normativo actual y el derecho de la cultura».