Cargando. Por favor, espere

Portada

I. Introducción

Los autores presentaron en un artículo previo dentro de esta misma serie, una aproximación hacia la rehabilitación de agresores, con el fin de evitar la perpetuación de los ciclos de violencia (Caja, Quiroga, 2025). Tal aproximación exigiría prioritariamente la creación y monitorización de un plan de estudios como parte central de esa rehabilitación, que planteamos en este texto como estructurado en torno a tres pilares: deconstrucción de las masculinidades tóxicas, responsabilización activa y reintegración social ética. Este modelo, inspirado en enfoques restaurativos, psicológicos y crítico-feministas, se organiza en seis módulos interconectados, cada uno con objetivos pedagógicos específicos, metodologías participativas y mecanismos de evaluación continua. Su diseño busca trascender la mera modificación conductual para abordar las estructuras cognitivas, emocionales y culturales que sostienen la violencia.

La primera parte del presente artículo, con el título «El camino hacia una justicia más humanizadora (I) Alrededor de la Revictimización en el Proceso Judicial: Hacia un Enfoque Más Humano en la Declaración de las Víctimas de Violencia de Género», fue publicada en el Diario LA LEY n.º 10689, de 21 de marzo de 2025.

La segunda parte, con el título «El camino hacia una justicia más humanizadora (II) Romper el ciclo: Propuesta de una intervención psicológica obligatoria para menores expuestos a violencia de género como imperativo legal para prevenir el trauma intergeneracional en la legislación española», fue publicada en el Diario LA LEY n.º 10698, de 4 de abril de 2025.

Y la tercera parte, con el título «El camino hacia una justicia más humanizadora (III) Hacia una justicia transformadora: Reinserción de agresores y reforma integral de la Ley 1/2004 desde la filosofía del derecho y el feminismo crítico», fue publicada en el Diario LA LEY n.º 10735, de 3 de junio de 2025.

II. Discusión

El diseño de los módulos que se presentan a continuación se sustenta en una filosofía de trabajo que entiende la rehabilitación de agresores como un proceso multidimensional, donde la responsabilización ética y la transformación estructural convergen. Inspirado en los principios de la justicia restaurativa y el feminismo crítico, este modelo rechaza la dicotomía simplista entre castigo y rehabilitación, proponiendo en su lugar un enfoque dialéctico que articula la sanción penal con la deconstrucción activa de las normas patriarcales. Desde una perspectiva dworkiniana de «integridad jurídica» (Moll, 2015), los módulos buscan equilibrar el imperativo de proteger a las víctimas —eje central de la Ley 1/2004— con el deber constitucional de reinserción (artículo 25 CE (LA LEY 2500/1978)), entendiendo ambos no como fines opuestos, sino como dimensiones complementarias de un sistema que aspira a erradicar la violencia, no solo a gestionarla. Desde el punto de vista constitucional, además del artículo 25 CE (LA LEY 2500/1978), es relevante el artículo 15 CE (LA LEY 2500/1978), que consagra el derecho a la integridad física y moral, fundamento esencial del tratamiento humanizador del infractor. Esta protección se proyecta también sobre las víctimas, exigiendo una respuesta penal que combine la prevención con la reinserción efectiva. Asimismo, la Directiva 2012/29/UE (LA LEY 19002/2012) del Parlamento Europeo y del Consejo reconoce expresamente la justicia restaurativa como vía legítima de respuesta penal, siempre que se garantice la información, seguridad y consentimiento libre de la víctima. En el ámbito nacional, la Circular 1/2023 de la Fiscalía General del Estado sobre delitos sexuales recomienda el uso de metodologías restaurativas en supuestos en los que la víctima lo consienta y existan garantías suficientes, reforzando así la viabilidad de modelos rehabilitadores estructurados como el aquí propuesto.

Cada módulo integra metodologías participativas (terapia grupal, talleres vivenciales) con marcos teóricos rigurosos —desde la teoría crítica de las masculinidades hegemónicas de Connell (Rodríguez, 2000) hasta la neurociencia afectiva—, reconociendo que la violencia de género no es un déficit individual, sino un síntoma de estructuras culturales internalizadas. Además, el plan adopta un enfoque trauma-informado que considera tanto el daño infligido a las víctimas como las posibles experiencias traumáticas no resueltas en los agresores, evitando así la patologización simplista. Al vincular la reflexión autobiográfica con la acción comunitaria, los módulos no solo buscan modificar conductas, sino redefinir identidades, promoviendo masculinidades basadas en la empatía, la corresponsabilidad y el rechazo activo a la violencia como lenguaje de poder. Esta introducción general subraya que la rehabilitación, en este marco, no es un privilegio, sino un acto de justicia social: un mecanismo para desmontar, desde el sistema penal, las jerarquías de género que sostienen la opresión.

III. Módulo 1: Fundamentos Teóricos y Autodiagnóstico

Duración: 8 semanas. Enfoque: Psicoeducativo y reflexivo.

Este módulo introductorio combina teoría feminista y psicología social para desnaturalizar los mitos culturales que legitiman la violencia. Las sesiones inician con lecturas críticas de autoras como bell hooks (El feminismo es para todo el mundo; Berardi & Hooks, 2017) y Raewyn Connell (Masculinidades), analizando cómo los roles de género hegemónicos vinculan la masculinidad al control y la agresión. Paralelamente, se introduce a los participantes en conceptos de justicia restaurativa de John Braithwaite, 2008 y neurociencia afectiva propuesta por Antonio Damasio, entre otros (Vinyamata et al., 2015), explorando cómo las emociones no gestionadas (ira, celos) pueden escalar en violencia.

Un componente clave es el autodiagnóstico guiado: mediante diarios reflexivos y ejercicios en grupo, los agresores identifican patrones de comportamiento en sus relaciones pasadas, utilizando herramientas como el Power and Control Wheel (planteando un Modelo Duluth adaptado, como se indica en Chamberlain & Levenson, 2010. Este proceso incluye visualizar las consecuencias concretas de sus actos (ej., impacto traumático en hijos/as, pérdida de empleo de la víctima) a través de testimonios anónimos de supervivientes y datos epidemiológicos sobre reincidencia. La evaluación inicial se completa con un perfil psicosocial, realizado por equipos multidisciplinares, que identifica factores de riesgo individuales (adicciones, trastornos de personalidad) y sistémicos (entornos familiares violentos, normalización del machismo en grupos de pares).

IV. Módulo 2: Gestión Emocional y Resolución No Violenta de Conflictos

Duración: 12 semanas. Enfoque: Cognitivo-conductual y experiencial.

Basado en terapias de tercera generación como ACT o DBT (Barraca Mairal, 2009), este módulo entrena habilidades prácticas para regular emociones y comunicarse sin coerción. Las sesiones incluyen:

1.Talleres de conciencia corporal: Técnicas de mindfulness para reconocer señales fisiológicas de ira (taquicardia, tensión muscular) y detener escaladas violentas.

2.Role-playing con perspectiva de género: Escenificaciones de conflictos cotidianos (ej., discusiones por tareas domésticas), donde los participantes practican escucha activa y negociación, guiados por facilitadores especializados en violencia machista.

3.Análisis de casos reales: Estudio de sentencias judiciales (con datos anonimizados) donde la falta de herramientas emocionales derivó en agresiones, contrastándolas con alternativas no violentas.

Un elemento innovador es la incorporación de grupos de responsabilidad mutua: círculos de 5-6 participantes que se reúnen semanalmente para compartir avances y retrocesos, siguiendo el modelo de los círculos de paz indígenas (Moncada & Acebedo, 2017). Estos espacios, supervisados por psicólogos, fomentan la accountability horizontal, rompiendo el aislamiento que suelen sentir los agresores y exponiéndolos a perspectivas diversas.

V. Módulo 3: Deconstrucción de Masculinidades Hegemónicas

Duración: 10 semanas.

Enfoque: Sociocultural y vivencial.

Este módulo desafía los mandatos tradicionales de la masculinidad mediante:

  • Talleres con referentes positivos: Invitación a hombres que han superado conductas violentas o que ejercen masculinidades alternativas (activistas LGTBIQ+, padres corresponsables) para compartir sus procesos de cambio.
  • Análisis de medios y publicidad: Crítica colectiva a películas, canciones y anuncios que glorifican el control posesivo o la agresión como símbolos de «hombría».
  • Proyectos artísticos colaborativos: Creación de murales, piezas teatrales o podcasts donde los participantes expresen, desde la autoreflexión, nuevas narrativas de masculinidad no violenta.

Además, se integra la teoría interseccional de Kimberlé Crenshaw (Restrepo, 2023) para explorar cómo raza, clase y orientación sexual intersectan con la violencia de género. Por ejemplo, se discute cómo el machismo se exacerba en contextos de marginalidad económica o en culturas hipermasculinizadas (ej., entornos carcelarios).

VI. Módulo 4: Parentalidad Responsable y Reparación Familiar

Duración: 14 semanas.

Enfoque: Sistémico y restaurativo.

Dirigido a agresores con hijos/as, este módulo combina terapia familiar y justicia restaurativa. Las actividades incluyen:

  • 1. Talleres de parentalidad no violenta: Enseñanza de disciplina positiva y comunicación empática, usando materiales del programa canadiense Caring Dads (McConnell et al., 2017).
  • 2. Cartas de responsabilización: Redacción de cartas (no enviadas, salvo consentimiento explícito de la víctima) donde el agresor reconoce el daño causado a su familia, evitando justificaciones y centrándose en las necesidades de los hijos/as.
  • 3. Simulaciones de visitas supervisadas: Prácticas con actores profesionales que representan escenarios de visita, entrenando al agresor en evitar manipulaciones emocionales y respetar límites.

Un componente único es la mediación simbólica con la comunidad: encuentros grupales donde vecinos, docentes o líderes religiosos (previamente formados en género) escuchan al agresor asumir su responsabilidad y proponen acciones reparadoras (ej., talleres comunitarios sobre igualdad). Esto, inspirado en prácticas maoríes de las whānau conferences (conferencias familiares), convierte la reinserción en un proceso colectivo (Ehau, 2015).

VII. Módulo 5: Habilidades para la Autonomía y Reinserción Laboral

Duración: 10 semanas.

Enfoque: Práctico y socioeconómico.

La violencia de género suele correlacionar con precariedad económica y dependencia emocional. Este módulo aborda:

  • Capacitación laboral con perspectiva de género: Cursos técnicos (fontanería, cocina, cuidados) que desafían estereotipos y promueven la autosuficiencia.
  • Talleres de economía doméstica: Planificación de presupuestos, manejo de deudas y corresponsabilidad en gastos, usando casos reales de familias diversas.
  • Alianzas con empresas sociales: Convenios con cooperativas o entidades que prioricen la contratación de ex agresores comprometidos con su rehabilitación, bajo supervisión de trabajadores sociales.

Se incluyen también sesiones sobre nuevas tecnologías y redes sociales, enseñando a identificar conductas de control digital (stalkeo, acoso online) y a usar plataformas para fines constructivos (ej., cursos en línea sobre igualdad).

VIII. Módulo 6: Seguimiento Postprograma y Mentoring Comunitario

Duración: 24 meses.

Enfoque: Longitudinal y comunitario.

La fase final asegura la sostenibilidad del cambio mediante:

  • Grupos de apoyo permanentes: Reuniones mensuales con ex participantes y mentores (hombres rehabilitados exitosamente), creando redes de sostén mutuo.
  • Evaluación continua con tecnología: Uso de apps anónimas para monitorear estados emocionales (mediante escalas de humor) y alertar a terapeutas ante posibles recaídas.
  • Proyectos de devolución social: Los ex agresores diseñan y ejecutan iniciativas comunitarias (ej., talleres escolares sobre resolución de conflictos), supervisados por ONGs especializadas.

IX. Metodologías Transversales

  • Enfoque trauma-informado: Reconocimiento de que muchos agresores fueron víctimas de violencia en su infancia, integrando terapia del trauma planeada por Judith Herman (Sastre et al., 2018) para romper ciclos intergeneracionales viciados.
  • Perspectiva decolonial: Incorporación de saberes no occidentales, como las prácticas restaurativas indígenas o el concepto africano de Ubuntu («soy porque somos»), que enfatizan la interdependencia comunitaria (Kashindi, 2013).
  • Tecnología inmersiva: Realidad virtual para simular escenarios de conflicto, permitiendo a los participantes practicar respuestas no violentas en entornos controlados.

X. Evaluación y Ética

El plan se rige por un protocolo ético estricto:

  • 1. Consentimiento informado: Los participantes firman un compromiso explícito de no utilizar lo aprendido para manipular a sus víctimas.
  • 2. Transparencia con las víctimas: Informes periódicos (sin detalles sensibles) a las supervivientes sobre el progreso del agresor, respetando su derecho a no participar.
  • 3. Indicadores de éxito: Reducción de reincidencia (medida con seguimiento policial y autoevaluaciones), mejora en habilidades parentales (evaluadas por trabajadores sociales) y cambios actitudinales, mediante escalas como la Gender Equitable Men Scale (Wesson et al., 2022).

XI. Una posible implementación

Podría plantearse una implementación de los cursos rehabilitadores aquí sugeridos en formato online, o mediante recursos audiovisuales pregrabados (vídeos) que pudieran ser usados en cualquier punto de la geografía española con una mínima inversión en recursos. La evaluación de los resultados se podría realizar mediante exámenes tipo test realizables online, que reflejaran que las personas interesadas habrían visionado e interiorizado satisfactoriamente los contenidos objeto de los cursos rehabilidadores. De esta manera, con un gasto minimizado, y, aprovechando los ubicuos recursos audiovisuales y la multiplicidad de pantallas, se podrían cumplir objetivos de manera racional y optimizada, cumpliendo de esa manera con las obligaciones planteadas en la legislación vigente.

La implementación de los cursos rehabilitadores en formato online o mediante recursos audiovisuales pregrabados no solo representa una alternativa económicamente viable, sino también una estrategia innovadora para democratizar el acceso a programas de rehabilitación en violencia de género. Al trasladar los contenidos a plataformas digitales, se eliminan barreras geográficas y logísticas, permitiendo que personas en zonas rurales, periferias urbanas o entornos con escasa infraestructura de servicios sociales puedan acceder a formación especializada sin necesidad de desplazamientos costosos. Esto es particularmente relevante en un contexto como el español, donde la distribución territorial desigual de recursos puede excluir a agresores de comunidades menos conectadas de procesos de reinserción. Además, el uso de vídeos pregrabados facilita la estandarización de contenidos, asegurando que todos los participantes reciban la misma calidad pedagógica, independientemente de su ubicación. Sin embargo, esta accesibilidad debe ir acompañada de medidas que garanticen la equidad digital, como la provisión de dispositivos o conexiones subsidiadas para poblaciones en situación de vulnerabilidad socioeconómica, evitando que la brecha tecnológica reproduzca exclusiones preexistentes.

La adaptabilidad de los recursos audiovisuales permite personalizar el proceso de aprendizaje según las necesidades específicas de cada participante. Mediante sistemas de inteligencia artificial o algoritmos de aprendizaje automático, se podría analizar el progreso individual para recomendar módulos complementarios, ajustar el ritmo de las sesiones o identificar áreas de dificultad que requieran refuerzo. Por ejemplo, un agresor que muestre resistencia en la deconstrucción de masculinidades hegemónicas podría recibir material adicional basado en testimonios de hombres que han superado conductas violentas, combinado con ejercicios interactivos que fomenten la autorreflexión. Esta flexibilidad no solo optimiza el tiempo de formación, sino que también respeta las diferencias cognitivas y emocionales, clave en un proceso tan delicado como la rehabilitación. No obstante, es fundamental equilibrar la automatización con supervisión humana, integrando tutorías virtuales periódicas con profesionales especializados en género y psicología, para evitar que la falta de interacción directa reduzca la eficacia del programa.

Para contrarrestar el riesgo de despersonalización inherente a los formatos digitales, es crucial incorporar elementos que fomenten el compromiso activo y la interactividad. Las plataformas podrían integrar foros moderados donde los participantes discutan casos prácticos bajo la guía de facilitadores, replicando de manera virtual los círculos de responsabilidad mutua propuestos en el modelo original. Además, sesiones en vivo con expertos en justicia restaurativa o talleres de role-playing mediante realidad virtual podrían simular escenarios de conflicto, permitiendo a los agresores practicar respuestas no violentas en entornos controlados pero inmersivos. Estas herramientas no solo mantienen la atención, sino que también refuerzan la aplicación práctica de los contenidos teóricos. Incluso se podría explorar el uso de la gamificación (Huang & Soman, 2013), otorgando insignias o certificaciones parciales al completar hitos específicos, lo que actuaría como un incentivo motivacional. Sin embargo, este enfoque exige rigurosos protocolos de seguridad para proteger la confidencialidad de los datos y prevenir el uso indebido de la tecnología, como el acceso no autorizado a sesiones o la manipulación de información sensible.

La evaluación continua, más allá de los exámenes tipo test, debe integrar mecanismos multidimensionales que capturen no solo la retención de conocimientos, sino la transformación actitudinal y conductual. Sistemas de análisis de lenguaje natural podrían examinar las reflexiones escritas en diarios digitales para detectar cambios en la percepción de roles de género o la asunción de responsabilidad. Al mismo tiempo, la incorporación de encuestas de autoevaluación validadas, como la Gender Equitable Men Scale (Levtov et al., 2014), adaptadas a entornos virtuales, permitiría medir progresos en tiempo real. Para garantizar la integridad académica, los exámenes online podrían implementar tecnologías de supervisión remota, como reconocimiento facial o seguimiento ocular, aunque siempre respetando estándares éticos y legales. Además, la retroalimentación automatizada podría ofrecer recursos adicionales inmediatos tras identificar errores en las respuestas, reforzando los conceptos clave. Finalmente, la sinergia entre lo digital y lo comunitario es esencial: los proyectos de devolución social, como talleres escolares virtuales diseñados por ex agresores, vincularían el aprendizaje individual con los impactos colectivos, cerrando el ciclo de reinserción ética propuesto en el modelo original.

XII. Conclusión

La rehabilitación de agresores de violencia de género no es un acto de indulgencia, sino una estrategia necesaria para desarticular el patriarcado desde sus cimientos. Este artículo demuestra que un modelo basado en principios restaurativos y feministas —como el propuesto en los seis módulos interdisciplinares— puede cerrar la brecha entre la justicia retributiva y la prevención, siempre que se priorice la seguridad de las víctimas y se eviten narrativas revictimizantes. Al deconstruir las masculinidades tóxicas mediante talleres vivenciales y terapia traumainformada, los agresores no solo asumen su responsabilidad, sino que confrontan los mitos culturales que legitimaron su violencia, desde la posesividad romántica hasta la autoridad patriarcal. La inclusión de metodologías decoloniales, como los círculos de paz y las whānau conferences, subraya que la reparación debe ser un proceso comunitario, no individual, donde la sociedad asume un rol pedagógico en la reintegración ética. Sin embargo, el éxito del modelo depende de salvaguardas rigurosas: financiación adicional para evitar el desvío de recursos destinados a víctimas, formación especializada de facilitadores en perspectiva de género y sistemas de monitoreo tecnológico para prevenir recaídas. Lejos de ser una utopía, experiencias como el programa Caring Dads en Canadá o las redes de accountability en Noruega evidencian que la rehabilitación es viable cuando se articula con transparencia y rigor. En última instancia, este enfoque no solo cumple con el mandato constitucional de reinserción, sino que honra el legado feminista al atacar la raíz del problema: las estructuras de poder que convierten la violencia en un lenguaje de dominación. Se ha planteado, finalmente que estas opciones formativas puedan ser realizadas online mediante vídeos pregrabados, lo que permitiría un máximo rendimiento con una mínima inversión en recursos. El derecho, finalmente, dejaría para estos casos de ser un mero castigo para convertirse en un puente hacia una sociedad donde la igualdad no sea una norma escrita, sino una práctica colectiva.

XIII. Referencias

Barraca Mairal, J. (2009). Habilidades clínicas en la terapia conductual tercera generación. Clínica y salud, 20(2), 109-117.

Berardi, M., Hooks, Bell (2017). El feminismo es para todo el mundo. Madrid: Traficantes de sueños, 149 páginas. Sudamérica: Revista de Ciencias Sociales, (10), 150-154.

Braithwaite, J. (2008). Justicia restaurativa: una visión democrático-republicana del derecho penal. sin permiso, marzo de.

Caja Moya, C., & Quiroga Rodríguez, E. (2025). Hacia una justicia transformadora: Reinserción de agresores y reforma integral de la Ley 1/2004 desde la filosofía del derecho y el feminismo crítico. Diario La Ley. No 10668.

Chamberlain, L., & Levenson, R. (2010). A Train the Trainers Curriculum on Domestic Violence, Reproductive Coercion and Children Exposed. Citeseerx.ist.psu.edu.

Ehau, N. (2015). One Whānau (Family) at a time. International Journal of Integrated Care (IJIC), 15.

Huang, W. H. Y., & Soman, D. (2013). Gamification of education. Report Series: Behavioural Economics in Action, 29(4), 37.

Kashindi, J. B. K. (2013). Ubuntu como vivencia del humanismo africano bantú. Devenires, (27), 210-225.

Levtov, R. G., Barker, G., Contreras-Urbina, M., Heilman, B., & Verma, R. (2014). Pathways to gender-equitable men: Findings from the international men and gender equality survey in eight countries. Men and Masculinities, 17(5), 467-501.

McConnell, N., Barnard, M., & Taylor, J. (2017). Caring Dads Safer Children: Families’ perspectives on an intervention for maltreating fathers. Psychology of Violence, 7(3), 406.

Moll, J. S. (2015). La concepción del Derecho como integridad: Ronald Dworkin. Ciencia jurídica, 4(8), 117-136.

Moncada, Z. M., & Acebedo, F. B. (2017). Círculos de paz y convivencia en los centros educativos. Integración Académica en Psicología.

Restrepo, A. G. (2023). Vulnerabilidad Interseccional: Propuesta conceptual a partir del pensamiento de Judith Butler y Kimberlé Crenshaw. Diálogos de Derecho y Política, (34), 4-27.

Rodríguez, A. H. (2000). Seminario sobre masculinidad en el PUEG con el doctor Robert W. Connell. Revista de Estudios de Género. La ventana, (12), 312-315.

RW, C., Messerschmidt, J. W., de Stéfano Barbero, M., & Morcillo, S. (2021). Masculinidad hegemónica. Repensando el concepto. RELIES: Revista del Laboratorio Iberoamericano para el Estudio Sociohistórico de las Sexualidades, (6), 32-62.

Sastre, L. S., Aiguabella, A. K., Arnal, G. D., & Schlanger, K. (2018). Terapia breve y trauma complejo a través de un caso clínico en el Centro de Terapia Breve del Mental Research Institute. Apuntes de Psicología, 36(3), 173-180.

Vinyamata, E., Barba, A. H., Vico, R. M., & Cordón, A. P. (2015). Neurociencia afectiva (Vol. 10). Editorial UOC.

Wesson, P. D., Lippman, S. A., Neilands, T. B., Ahern, J., Kahn, K., & Pettifor, A. (2022). Evaluating the validity and reliability of the gender equitable Men’s scale using a longitudinal cohort of adolescent girls and young women in South Africa. AIDS and Behavior, 1-11.

Scroll