Carlos B Fernández. El avance de la neurociencia, o ciencia que estudia la estructura y el funcionamiento del cerebro humano, y de la neurotecnología, que trabaja con los interfaces cerebrales entre las personas y las máquinas, está abriendo nuevos horizontes de mejora de la vida humana. De hecho, según algunos expertos, los temas conectados con el cerebro van a dominar la investigación científica de las próximas décadas.
Pero, al igual que ocurre con otras tecnologías en pleno desarrollo, plantea importantes riesgos para los derechos y la dignidad de la persona. Por eso, el Derecho debería estar muy próximo a esta ciencia, y participar en su desarrollo, porque todos los avances científicos tienen consecuencias jurídicas.
Sin embargo, no todos los expertos coinciden en que esos desarrollos impliquen la necesidad de reconocer nuevos derechos, ya que una inflación regulatoria podría ser perjudicial. Una interpretación actualizada de la mayoría de los derechos ya existentes podría ser suficiente para asegurar su protección.
Estas son algunas de las principales conclusiones alcanzadas en una mesa redonda dedicada los neuroderechos, recientemente organizada por la Fundación FIDE y la Fundación Garrigues,en el marco de los Diálogos Ciencia y Derecho que ambas fundaciones llevan más de siete años organizando bajo la Dirección de Antonio Garrigues, Presidente de la Fundación Garrigues, Pedro Garcia Barreno, Miembro del Comité Científico FIDE y Cristina Jiménez Savurido, Presidente de la Fundación Fide.
Participaron en la sesión Antonio Garrigues Walker, Presidente de la Fundación Garrigues; Rafael Yuste, del NeuroTechnology Center de la Columbia University; Tomás de la Quadra-Salcedo, catedrático emérito de la Universidad Carlos III de Madrid y Miguel Ángel Moratinos, Alto Representante de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas, bajo la moderación de Cristina Jiménez Savurido, Presidente de Fide.
Un gran avance para la ciencia
La neurotecnología consiste en el conjunto de tecnologías que permiten registrar y cambiar la actividad del cerebro por medios físicos, ópticos, magnéticos o de la nanotecnogología.
Estos medios pueden ser invasivos (mediante un implante físico en el cuerpo del paciente) o no invasivos (por medio de instrumentos físicos externos a la persona, como un casco o una diadema).
Se trata de una ciencia que ha avanzado mucho en los últimos años, pese a lo cual seguimos sin conocer muchas cosas del funcionamiento del cerebro humano (por ejemplo, qué es un pensamiento).
Esta tecnología es importante por tres razones: en primer lugar, porque las herramientas que permiten registrar y cambiar la actividad cerebral revolucionarán la neurociencia, porque permitirá conocer mejor cómo funciona el cerebro. Son herramientas indispensables para conocer el cerebro.
Además, porque existen enfermedades cerebrales que no tienen cura porque no se conoce bien cómo funciona el órgano. Serán herramientas indispensables para la psiquiatría para conocer los problemas de raíz y evitar terapias puramente paliativas.
Y en tercer lugar, por razones económicas. Se espera que las neurotecnologías generen un campo nuevo de actividad económica, como lo hizo el proyecto genoma humano.
Por ello se espera que surjan muchas nuevas empresas en torno a esta actividad. De hecho, ya en 2020 las grandes tecnológicas han invertido unos 6.000 millones de dólares en esta tecnología, con vistas a obtener un interfaz cerebro computadora que facilite la comunicación con las máquinas.
Este conjunto de factores nos sitúa ante un tsunami que se nos viene encima, lo queramos o no. En una o dos décadas los humanos tendremos acceso a una mejora de nuestras capacidades mentales gracias a la neurotecnología.
Pero el cerebro no es un órgano cualquiera, es el que genera la mente humana y por el que pasan todas las actividades cognitivas de la persona, por medio de la actividad concertada de miles de millones de neuronas, que no se sabe cómo funcionan. Además, las tecnologías que puedan registrar y cambiar la actividad cerebral, también puede registrar y cambiar la actividad de la mente humana, incluyendo percepciones.
Por todo ello estamos ante un cambio difícil de gestionar, sobre todo para evitar las desigualdades.
Con numerosas implicaciones jurídicas
Es decir, estamos ante una gran oportunidad de mejora en el campo de la salud, por lo que no hay duda de que hay avanzar en el aprovechamiento de estas técnicas para luchar contra las enfermedades mentales y neurológicas.
Pero este avance va acompañado de determinadas consecuencias y riesgos. Y precisamente el trabajo de los juristas y de los filósofos es cómo conjugar esos riesgos.
Son muchas las preguntas que surgen ¿se puede hackear a una persona conectada a una máquina y cambiar su mente? ¿Cabe que se introduzcan sesgos a través de los interfaces, condicionando su conducta o su forma de ver el mundo? ¿se podría presentar una persona con un implante a una oposición? ¿hasta dónde se puede ir? ¿En qué condiciones se puede hacer todo esto? ¿Con qué título de intervención? ¿Tienen las personas derecho a ser mejoradas artificialmente o la ciencia a investigar cualquier cosa?
O, en otro sentido, ¿Cabría intervenir sobre el cerebro dpe los delincuentes, para prevenir conductas nocivas para la sociedad? ¿O se podría implantar un dispositivo que impidiese mentir a un investigado en el curso de un interrogatorio policial?
Se trata de cuestiones que pueden ir más allá de la protección de datos, porque el registro de nuestra actividad cerebral se hace mediante datos.
La propuesta del reconocimiento de neuroderechos
Ante este panorama, en 2017 se reunió en la Universidad de Columbia, un relevante grupo de científicos de todo el mundo, para estudiar las consecuencias éticas y sociales de la neurotecnología, llegando a la conclusión de que se trata de un tema que afecta a los derechos fundamentales de las personas, porque afecta a su esfera más íntima. Por eso propusieron una nueva serie de derechos, los neuroderechos.
Estos derechos incluyen el de privacidad mental, para que no se pueda violar esa intimidad; el derecho a la identidad psíquica, para que no se pueda alterar la mente de las personas; el libre albedrío y la libertad y derecho al acceso equitativo a los sistemas de computación cognitiva que amplíe las capacidades humanas y el derecho a la protección en contra de los sesgos (en relación con los algoritmos que se implanten en el cerebro).
El senado de Chile ha aprobado hacer de la integridad cerebral un derecho básico de la ciudadanía. También están hablando de neuroderechos en relación con las neurotecnologías.
La frontera del transhumanismo
Según algunos estudiosos, los nuevos derechos relativos al cerebro van a condicionar el futuro de toda la humanidad. Yuval Harari anuncia el final del homo sapiens, es decir, que lo que está en juego con esta capacidad científica y tecnológica es la supervivencia del ser humano como tal. Hariri piensa que seremos otro tipo de seres humanos, pero es necesario que el ser humano tenga la capacidad de decidir por sí mismo. Se trata de algo más que un simple avance científico y por eso la comunidad tiene que reaccionar y movilizarse urgentemente para establecer esos neuroderechos que permitan a la humanidad continuar su desarrollo.
Lo que está en juego en muy importante. Zuboff ya ha dicho que las grandes tecnológicas ya están controlando y modificando nuestro comportamiento.
Por tanto, estamos ante un tema de derechos humanos, pero no de unos derechos más, son la madre de todos los derechos, porque si no podemos respetar y garantizarlos, los restantes que constan en la Declaración Universal de la ONU, dejan de tener sentido. Son por tanto la esencia de cualquier reforma que se plantee sobre el futuro del siglo XXI y cualquier reforma que se plantee de la DHDH.
Para ello hay que ir paso a paso. Se podría impulsar el reconocimiento universal de estos derechos a través de la ONU.
¿Hay que definir un derecho nuevo y específico para este ámbito?
Sin embargo, algunos juristas consideran que la ciencia en sí no reconoce nuevos derechos, sino que abre nuevos escenarios. Por ello entienden que no hay más derechos que los que están en las declaraciones universales, que se basan en la dignidad de la persona humana, porque están asentados en el ser humano. Se puede debatir si se pueden llevar a la constitución. Porque ni se puede paralizar el progreso que se puede conseguir, ni se puede ser ciego a los riesgos que implican, como el de crear dos categorías de seres humanos.
El tema va también más allá de los derechos fundamentales a un nivel individual, alcanzando a los derechos colectivos.
En este sentido, la Carta de Derechos Digitales, que será presentada próximamente por el Gobierno, enumera varios derechos en relación con este tema, pero sin definirlos en profundidad para no limitar su desarrollo. Así sucede con el derecho a la propia identidad, la autodeterminación individual y la confidencialidad. Hay que establecer hasta dónde alcanzan los límites del ser humano.
El derecho ha de pensar en la respuesta. Pero la ley no puede dar respuesta a todo e irremediablemente va por detrás de los hechos. Por otra parte, los derechos tienen que estar muy relacionado con el avance en estas ciencias y por eso sería prematuro fijar la gobernanza en este mismo momento.
En todo caso, estamos ante una necesidad grave y urgente, porque la humanidad ya ha dejado que las tecnologías surjan y luego ha intentado ponerles límites, pero eso con las redes sociales o la privacidad no ha funcionado.